El fotógrafo argentino Alejandro Balaguer, cuando laboraba de la mano del corresponsal de Asociated Press, Mont K.Eyes, decidió publicar un libro de fotografías de niños y mujeres utilizados como servidumbre y avanzada armada en las guerras irregulares y más cruentas del mundo. Obtuvo varias imágenes de lo más demostrativas de hasta qué límites pueden llegar los dirigentes de los grupos armados que pregonan una revolución, exponiendo a niños al fragor encarnizado de los ataques y emboscadas, y sumergiéndolos en un trauma imperecedero.
La agencia AP aportó imágenes de guerras en países centroamericanos, Colombia y África y Balaguer pudo obtener varias exclusivas de niños y adolescentes enlistados por Sendero en la zona del Alto Huallaga. El libro se publicó a inicios del régimen de Fujimori (1993) y lo tituló "Rostros de la Guerra",pero no tuvo la difusión requerida. Se sabe que varios ejemplares se conservan en las principales bibliotecas de Lima.
Nuevamente niños reclutados para aventura sangrienta
Las imágenes recogidas por los dos periodistas del programa "Punto Final", a transmitirse este domingo, son sobrecogedoras y de una crudeza horripilante.Pequeños, todos ellos hijos de etnias locales sojuzgadas por el narcoterror en las zonas inaccesibles del VRAE, se muestran desafiantes y como zombies, repitiendo de paporreta las consignas políticas de los dirigentes senderistas más sanguinarios de la historia, reagrupados en esa zona de selva alta en donde impera el terror de la coca.
El máximo jefe militar del nuevo Sendero, Víctor Quispe Palomino, da la cara y, envejecido por la vida a salto de mata que le conlleva su macabra aventura, justifica sin miramientos la participación de niños en su ejército.También, como si fuese un galardón, acepta su participación en la cruenta matanza de campesinos en Lucanamarca, que fuera reconocida como un crimen tramado por el ideólogo del terror, Abimael Guzmán.
Luego intenta explicar su participación como aliado de las firmas más poderosas del narcotráfico que controlan la vida en la zona, basados en la intimidación,la corrupción y el terror.
Víctor Quispe Palomino, fue considerado el peor de los aniquiladores de policías y autoridades en la década de los 80s en Lima. Encabezó, sino dirigió, a los más sanguinarios equipos de aniquilamiento que operó en la capital y convulsionó a la sociedad por su sangre fría y sevicia para terminar con la vida de sus víctimas. Para la policía antisubversiva de la época, Quispe Palomino era considerado el más sanguinario conductor de los llamados “grupos de aniquilamiento”.
Ahora, más viejo, y curtido por la sangre que derramó en su trayecto, se yergue como el conductor de niños guerreros que, tal como afirma la policía, fueron quienes ejercieron el papel de verdugos de los últimos policías y soldados caídos en emboscadas narco-senderistas.
Son niños atrapados en un submundo de inmundicia moral, donde prima el objetivo militar de aniquilar a los que se oponen a los sembríos, producción y trasteo de cocaína de la más alta pureza.
Semejante política, disfrazada de revolucionaria, para embaucar a los nativos ignorantes y alejados de las normas de vida democráticas por el olvido y la corrupción, es enarbolada por la única organización que desde hace más de 20 años ha podido enraizarse en la zona.
Incentivos para la delación y el terror como freno
El gobierno central acaba de aprobar incentivos para que la población civil delate a los cabecillas del terror en las zonas convulsionadas. Ha ofrecido suculentas sumas, en soles, para quienes tengan información del paradero real de los altos dirigentes de Sendero en la zona del VRAE y el Alto Huallaga. Pero existe un freno existencial para aquellos pobladores que, por tal o cual circunstancias, conocen de las andanzas de los dirigentes senderistas y su cuerpo de guardaespaldas que los ampara.
Los asesinatos selectivos, contra aquellos ciudadanos de las zonas bajo la amenaza del terror narco-senderista que se atrevieron a delatar la ubicación de algún dirigente, es un disuasivo muy poderoso que va en contra de la estrategia estatal de captar informantes en las zonas controladas por el miedo y las firmas narcos protegidas por el nuevo Sendero.
Qué Hacer
Es innegable que los pobladores de los distritos en donde se desenvuelven estos remanentes senderistas, devenidos en pelotones de sicarios al servicio de los capos de la coca, conocen del paradero de sus integrantes y por donde se movilizan y abastecen, pero son reacios a dar cualquier información porque el costo de esa osadía es la muerte de ellos y de su familia.
Los senderistas ya lo han demostrado en sendas venganzas en la zona del Alto Huallaga, en donde todos los que delataron el paradero de dos cabecillas senderistas, dados de baja por las fuerzas del orden, yacen bajo tierra. En esta macabra estela de miedo, diseminada por los dirigentes del terror en las zonas donde operan impunemente, es casi imposible obtener logros que permitan desbaratar esta organización.
El informe transmitido por “Punto Final” de Nicolás Lucar, es la clara demostración que existe en el país territorios que no pueden ser controlados por las fuerzas que deberían garantizar la tranquilidad y paz ciudadana. Aunque se trate de sitios lejanos y olvidados desde siempre como el VRAE, al Estado le compete recuperarlos (junto con la población cautiva en ésta vorágine) y desmontar el proyecto alucinado de los Quispe Palomino y aliados que pretenden un Estado paralelo con mini territorios al servicio del narcotráfico.
Actualización: El diario Expreso ahonda en el tema y hace grave denuncia-02 de junio de 2009
Nicolás Lucar presenta especial sobre encuentro del periodista Martin Arredondo y el camarógrafo Roy Espinoza con Sendero en las alturas del VRAE
El peligro de la farcarización de la guerra por la coca en el Perú conlleva el riesgo de reclutar niños a la fuerza, como ya lo estan haciendo en el VRAE.Este informe de los niños en la guerra colombiana es aleccionador.
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