sábado, 29 de enero de 2011


Un mundo distraído

El País de España
BÁRBARA CELIS 
29-01-2011


La tercera parte de la población mundial ya es 'internauta'. La revolución digital crece veloz. Uno de sus grandes pensadores, Nicholas Carr, da claves de su existencia en el libro Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? El experto advierte de que se "está erosionando la capacidad de controlar nuestros pensamientos y de pensar de forma autónoma".



El correo electrónico parpadea con un mensaje inquietante: "Twitter te echa de menos. ¿No tienes curiosidad por saber las muchas cosas que te estás perdiendo? ¡Vuelve!". Ocurre cuando uno deja de entrar asiduamente en la red social: es una anomalía, no cumplir con la norma no escrita de ser un voraz consumidor de twitters hace saltar las alarmas de la empresa, que en su intento por parecer más y más humana, como la mayoría de las herramientas que pueblan nuestra vida digital, nos habla con una cercanía y una calidez que solo puede o enamorarte o indignarte. Nicholas Carr se ríe al escuchar la preocupación de la periodista ante la llegada de este mensaje a su buzón de correo. "Yo no he parado de recibirlos desde el día que suspendí mis cuentas en Facebook y Twitter. No me salí de estas redes sociales porque no me interesen. Al contrario, creo que son muy prácticas, incluso fascinantes, pero precisamente porque su esencia son los micromensajes lanzados sin pausa, su capacidad de distracción es enorme". Y esa distracción constante a la que nos somete nuestra existencia digital, y que según Carr es inherente a las nuevas tecnologías, es sobre la que este autor que fue director del Harvard Business Review y que escribe sobre tecnología desde hace casi dos décadas nos alerta en su tercer libro,Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus).


Cuando Carr (1959) se percató, hace unos años, de que su capacidad de concentración había disminuido, de que leer artículos largos y libros se había convertido en una ardua tarea precisamente para alguien licenciado en Literatura que se había dejado mecer toda su vida por ella, comenzó a preguntarse si la causa no sería precisamente su entrega diaria a las multitareas digitales: pasar muchas horas frente a la computadora, saltando sin cesar de uno a otro programa, de una página de Internet a otra, mientras hablamos por Skype, contestamos a un correo electrónico y ponemos un link en Facebook. Su búsqueda de respuestas le llevó a escribir Superficiales...(antes publicó los polémicos El gran interruptorEl mundo en red, de Edison a Google y Las tecnologías de la información. ¿Son realmente una ventaja competitiva?), "una oda al tipo de pensamiento que encarna el libro y una llamada de atención respecto a lo que está en juego: el pensamiento lineal, profundo, que incita al pensamiento creativo y que no necesariamente tiene un fin utilitario. La multitarea, instigada por el uso de Internet, nos aleja de formas de pensamiento que requieren reflexión y contemplación, nos convierte en seres más eficientes procesando información pero menos capaces para profundizar en esa información y al hacerlo no solo nos deshumanizan un poco sino que nos uniformizan". Apoyándose en múltiples estudios científicos que avalan su teoría y remontándose a la célebre frase de Marshall McLuhan "el medio es el mensaje", Carr ahonda en cómo las tecnologías han ido transformando las formas de pensamiento de la sociedad: la creación de la cartografía, del reloj y la más definitiva, la imprenta. Ahora, más de quinientos años después, le ha llegado el turno al efecto Internet.


Pero no hay que equivocarse: Carr no defiende el conservadurismo cultural. Él mismo es un usuario compulsivo de la web y prueba de ello es que no puede evitar despertar a su ordenador durante una breve pausa en la entrevista. Descubierto in fraganti por la periodista, esboza una tímida sonrisa, "¡lo confieso, me has cazado!". Su oficina está en su residencia, una casa sobre las Montañas Rocosas, en las afueras de Boulder (Colorado), rodeada de pinares y silencio, con ciervos que atraviesan las sinuosas carreteras y la portentosa naturaleza estadounidense como principal acompañante.


PREGUNTA. Su libro ha levantado críticas entre periodistas como Nick Bilton, responsable del blog de tecnologíaBits de The New York Times, quien defiende que es mucho más natural para el ser humano diversificar la atención que concentrarla en una sola cosa.


RESPUESTA. Más primitivo o más natural no significa mejor. Leer libros probablemente sea menos natural, pero ¿por qué va a ser peor? Hemos tenido que entrenarnos para conseguirlo, pero a cambio alcanzamos una valiosa capacidad de utilización de nuestra mente que no existía cuando teníamos que estar constantemente alerta ante el exterior muchos siglos atrás. Quizás no debamos volver a ese estado primitivo si eso nos hace perder formas de pensamiento más profundo.


P. Internet invita a moverse constantemente entre contenidos, pero precisamente por eso ofrece una cantidad de información inmensa. Hace apenas dos décadas hubiera sido impensable.


R. Es cierto y eso es muy valioso, pero Internet nos incita a buscar lo breve y lo rápido y nos aleja de la posibilidad de concentrarnos en una sola cosa. Lo que yo defiendo en mi libro es que las diferentes formas de tecnología incentivan diferentes formas de pensamiento y por diferentes razones Internet alienta la multitarea y fomenta muy poco la concentración. Cuando abres un libro te aíslas de todo porque no hay nada más que sus páginas. Cuando enciendes el ordenador te llegan mensajes por todas partes, es una máquina de interrupciones constantes.


P. ¿Pero, en última instancia, cómo utilizamos la web no es una elección personal?


R. Lo es y no lo es. Tú puedes elegir tus tiempos y formas de uso, pero la tecnología te incita a comportarte de una determinada manera. Si en tu trabajo tus colegas te envían treinta e-mails al día y tú decides no mirar el correo, tu carrera sufrirá. La tecnología, como ocurrió con el reloj o la cartografía, no es neutral, cambia las normas sociales e influye en nuestras elecciones.


P. En su libro habla de lo que perdemos y aunque mencione lo que ganamos apenas toca el tema de las redes sociales y cómo gracias a ellas tenemos una herramienta valiosísima para compartir información.


R. Es verdad, la capacidad de compartir se ha multiplicado aunque antes también lo hacíamos. Lo que ocurre con Internet es que la escala, a todos los niveles, se dispara. Y sin duda hay cosas muy positivas. La Red nos permite mostrar nuestras creaciones, compartir nuestros pensamientos, estar en contacto con los amigos y hasta nos ofrece oportunidades laborales. No hay que olvidar que la única razón por la que Internet y las nuevas tecnologías están teniendo tanto efecto en nuestra forma de pensar es porque son útiles, entretenidas y divertidas. Si no lo fueran no nos sentiríamos tan atraídos por ellas y no tendrían efecto sobre nuestra forma de pensar. En el fondo, nadie nos obliga a utilizarlas.


P. Sin embargo, a través de su libro usted parece sugerir que las nuevas tecnologías merman nuestra libertad como individuos...


R. La esencia de la libertad es poder escoger a qué quieres dedicarle tu atención. La tecnología está determinando esas elecciones y por lo tanto está erosionando la capacidad de controlar nuestros pensamientos y de pensar de forma autónoma. Google es una base de datos inmensa en la que voluntariamente introducimos información sobre nosotros y a cambio recibimos información cada vez más personalizada y adaptada a nuestros gustos y necesidades. Eso tiene ventajas para el consumidor. Pero todos los pasos que damosonline se convierten en información para empresas y Gobiernos. Y la gran pregunta a la que tendremos que contestar en la próxima década es qué valor le damos a la privacidad y cuánta estamos dispuestos a ceder a cambio de comodidad y beneficios comerciales. Mi sensación es que a la gente le importa poco su privacidad, al menos esa parece ser la tendencia, y si continúa siendo así la gente asumirá y aceptará que siempre están siendo observados y dejándose empujar más y más aún hacia la sociedad de consumo en detrimento de beneficios menos mensurables que van unidos a la privacidad.


P. Entonces... ¿nos dirigimos hacia una sociedad tipo Gran Hermano?


R. Creo que nos encaminamos hacia una sociedad más parecida a lo que anticipó Huxley en Un mundo feliz que a lo que describió Orwell en 1984. Renunciaremos a nuestra privacidad y por tanto reduciremos nuestra libertad voluntaria y alegremente, con el fin de disfrutar plenamente de los placeres de la sociedad de consumo. No obstante, creo que la tensión entre la libertad que nos ofrece Internet y su utilización como herramienta de control nunca se va a resolver. Podemos hablar con libertad total, organizarnos, trabajar de forma colectiva, incluso crear grupos como Anonymous pero, al mismo tiempo, Gobiernos y corporaciones ganan más control sobre nosotros al seguir todos nuestros pasos online y al intentar influir en nuestras decisiones.


P. Wikipedia es un buen ejemplo de colaboración a gran escala impensable antes de Internet. Acaba de cumplir diez años...


R. Wikipedia encierra una contradicción muy clara que reproduce esa tensión inherente a Internet. Comenzó siendo una web completamente abierta pero con el tiempo, para ganar calidad, ha tenido que cerrarse un poco, se han creado jerarquías y formas de control. De ahí que una de sus lecciones sea que la libertad total no funciona demasiado bien. Aparte, no hay duda de su utilidad y creo que ha ganado en calidad y fiabilidad en los últimos años.


P. ¿Y qué opina de proyectos como Google Books? En su libro no parece muy optimista al respecto...


R. Las ventajas de disponer de todos los libros online son innegables. Pero mi preocupación es cómo la tecnología nos incita a leer esos libros. Es diferente el acceso que la forma de uso. Google piensa en función de snippets, pequeños fragmentos de información. No le interesa que permanezcamos horas en la misma página porque pierde toda esa información que le damos sobre nosotros cuando navegamos. Cuando vas a Google Books aparecen iconos y links sobre los que pinchar, el libro deja de serlo para convertirse en otra web. Creo que es ingenuo pensar que los libros no van a cambiar en sus versiones digitales. Ya lo estamos viendo con la aparición de vídeos y otros tipos de media en las propias páginas de Google Books. Y eso ejercerá presión también sobre los escritores. Ya les ocurre a los periodistas con los titulares de las informaciones, sus noticias tienen que ser buscables, atractivas. Internet ha influido en su forma de titular y también podría cambiar la forma de escribir de los escritores. Yo creo que aún no somos conscientes de todos los cambios que van a ocurrir cuando realmente el libro electrónico sustituya al libro.


P. ¿Cuánto falta para eso?


R. Creo que tardará entre cinco y diez años.


P. Pero aparatos como el Kindle permiten leer muy a gusto y sin distracciones...


R. Es cierto, pero sabemos que en el mundo de las nuevas tecnologías los fabricantes compiten entre ellos y siempre aspiran a ofrecer más que el otro, así que no creo que tarden mucho en hacerlos más y más sofisticados, y por tanto con mayores distracciones.


P. El economista Max Otte afirma que pese a la cantidad de información disponible, estamos más desinformados que nunca y eso está contribuyendo a acercarnos a una forma de neofeudalismo que está destruyendo las clases medias. ¿Está de acuerdo?


R. Hasta cierto punto, sí. Cuando observas cómo el mundo del software ha afectado a la creación de empleo y a la distribución de la riqueza, sin duda las clases medias están sufriendo y la concentración de la riqueza en pocas manos se está acentuando. Es un tema que toqué en mi libro El gran interruptor. El crecimiento que experimentó la clase media tras la II Guerra Mundial se está revirtiendo claramente.


P. Internet también ha creado un nuevo fenómeno, el de las microcelebridades. Todos podemos hacer publicidad de nosotros mismos y hay quien lo persigue con ahínco. ¿Qué le parece esa nueva obsesión por eyo instigado por las nuevas tecnologías?


R. Siempre nos hemos preocupado de la mirada del otro, pero cuando te conviertes en una creación mediática -porque lo que construimos a través de nuestra persona pública es un personaje-, cada vez pensamos más como actores que interpretan un papel frente a una audiencia y encapsulamos emociones en pequeños mensajes. ¿Estamos perdiendo por ello riqueza emocional e intelectual? No lo sé. Me da miedo que poco a poco nos vayamos haciendo más y más uniformes y perdamos rasgos distintivos de nuestras personalidades.


P. ¿Hay alguna receta para salvarnos'?


R. Mi interés como escritor es describir un fenómeno complejo, no hacer libros de autoayuda. En mi opinión, nos estamos dirigiendo hacia un ideal muy utilitario, donde lo importante es lo eficiente que uno es procesando información y donde deja de apreciarse el pensamiento contemplativo, abierto, que no necesariamente tiene un fin práctico y que, sin embargo, estimula la creatividad. La ciencia habla claro en ese sentido: la habilidad de concentrarse en una sola cosa es clave en la memoria a largo plazo, en el pensamiento crítico y conceptual, y en muchas formas de creatividad. Incluso las emociones y la empatía precisan de tiempo para ser procesadas. Si no invertimos ese tiempo, nos deshumanizamos cada vez más. Yo simplemente me limito a alertar sobre la dirección que estamos tomando y sobre lo que estamos sacrificando al sumergirnos en el mundo digital. Un primer paso para escapar es ser conscientes de ello. Como individuos, quizás aún estemos a tiempo, pero como sociedad creo que no hay marcha atrás. 

jueves, 20 de enero de 2011


Luis Jaime Cisneros partió y nos dejó su sabiduría

Fotos: Gustavo Kanashiro
Homenaje
20 de enero de 2011
Escrito por Eloy Jaúregui
LA ESCRITURA DE LA ETERNIDAD
Hoy 20 de enero las letras peruanas están de luto. El filólogo y lingüista Luis Jaime Cisneros, uno de los intelectuales más destacados del Perú, murió por causas naturales, a los 89 años, informaron sus familiares.
«De algún modo somos hechura de sus esperanzas y sus anhelos.

Por alguna razón, con ellos vinculada, El Perú nos pertenece.
Ese lazo que puede escudar su nombre en la palabra tradición o
patriotismo se nos hace visible a través de modos invisibles».
«Mis trabajos y los días». Luis Jaime Cisneros
Y para Renato y que siga.

Yo recuerdo que decía que don Luis Jaime Cisneros es incansable. Tiene cuajo y vitalidad de añejo. Académico tenaz, hombre de esquina lingüística rozada y admirado profesor-confesor, no le pierde pisada a lo que los de a pie llamamos actualidad. A la pulsión política, a la longevidad llaman un clásico. A su tarea de escritor y a mirar al Perú todavía como un lugar decente para vivir y sobrevivir. Ahora me está observando ahí en su estudio biblioteca con su talante de ser viejo y cada vez más sabio. Este es un homenaje a su brillantez y larga vida.

Este hombre que hoy lleva consigo casi 89 años es universal, pertinaz y desprendido. Uno lo observa y pareciera que esta abrigado por lo apacible de la atmósfera, amén de la luz malva de la tarde que se filtra por las cortinas de su estudio de la enorme biblioteca de su casa en la avenida La Paz en Miraflores, a un tris de la quebrada de Armendáriz. Y ahora me está explicando más que contando de su abuelo, don Luis Benjamín Cisneros, poeta romántico contemporáneo de Ricardo Palma, fundador de la Academia Peruana de la Lengua, un espíritu omnipresente, casi un espectro que nos vigila apacible y sonriente. Y luego habla de su padre -es jodido hablar de los padres—Luis Fernán Cisneros, poeta periodista, diplomático, como buen peruano, desterrado por liberal, demócrata y libre pensador.
De repente, sus ojos adquieren un brillo inusual. Y don Luis Jaime que está confesando que su padre tenía una curiosa actitud para la lágrima. Y en ese tiempo él no lo entendía, era tan seguro y dispuesto. Y luego, cuando aquel hijo cumplió los 50 años recién entendió porque lloran los hombres. Y recuerda una discusión del viejo con un sujeto encerrados en el estudio. A los gritos se dijeron de cosas. Luego explicaría conmovido: “este hombre me ha venido a ofrecer dinero” y de puro valiente se echó a llorar como un niño y se perdió al fondo de la casa. Fue una situación límite ahí delante de toda la familia. Y luego Luis Jaime lo rememora por su humor chispeante y porque leía a voz en cuello, después de los almuerzos, El Quijote, después el ajedrez y más tarde las palabras cruzadas.

Tintineando sobre el escritorio me cuenta que su madre alcanzó una pasión inusitada por la música. El violín, el piano. Y que todos los hijos heredaron ese prodigio y tocan juntos y hasta podían ofrecer un concierto de pe a pa. La familia limeña de pronto se vio embarcada a Buenos Aires. Así Luis Jaime realizó los estudios en escuelas públicas argentinas. Su contacto con la instrucción universal lo fue dotando de una pericia especial por la investigación, las ciencias, las artes. De esta manera también se convirtió en un apasionado por el teatro y las operas. La prensa porteña pasaba por su mejor momento y aquel cotejo de las noticias en los diarios lo hizo un potencial periodista. Sin embargo cuando culminó la secundaría la inclinación por la Medicina casi lo convirtió en otro. Las letras lo salvaron.

Hidalgo, nueva versión
Hablamos entonces esa tarde de El Quijote. Y léase quién fuere lo que nos contamos. Que estando fresca todavía la tinta de impresión, hacia la primera mitad del año de 1605 viajaron, desde la península para América, cientos de ejemplares de la novela del Quijote. A bordo del galeón «Espíritu Santo» y, según cuenta Irving Leonard, doscientos sesenta y dos libros tenían como destino la ciudad de México. Dice también que en la nave «Nuestra Señora del Rosario» venía un encargo mayor. Eran sesenta bultos que un librero de Alcalá de Henares, un tal Juan de Sarriá, remitía a un socio que se había acuartelado en Lima. El valioso recado, que tenía como destino el puerto del Callao, llegó primero a Cartagena de Indias y, de allí, a lomo de mulas, pasó a Portobelo y luego a la ya traficada Panamá.
La historia oficial cuenta que de esta manera el Quijote comenzó sus aventuras por el Nuevo Mundo. Lo que no logró jamás Cervantes lo conseguía su criatura, dice. No obstante, nadie ha podido dar cuenta de qué pasó con los diez bultos que se perdieron en el camino. En realidad, sesentaiseis ejemplares se extraviaron, según ciertos monjes despistados de la orden jesuita, en la frondosidad de la selva centroamericana, producto de un hurto de pájaros sin colores de los que ya no hay más. Otro dato creo que exagera. Según una colectividad nativa -ya desaparecida por la ferocidad de los sicotrópicos duros-, esas moles de palabras atamaladas fueron consumidas por el fuego inexplicable que bajó como melaza de ron de piratas desde la copa de un guayabo, hoy convertido en un muñón sin ramas.
La versión de José Antonio Roldán vendría cierta en aquel tiempo. Cuenta el descubridor de «El limbo de los perdidos», que recogió en la costa de Andros la historia de un sujeto prieto de ojos alucinados, sobreviviente de un naufragio excepcional, aquello que balbuceó más que habló instantes previos a morir de eructos pestíferos: «Deciros a vuestra merced que he bebido en Calango del agua del clavelito y que, aunque parezca afrecho de bruja, no lo es, y ya he dicho que todas las cosas trastruecan y mudan de su ser la naturaleza de los encantos». Que un gaznápiro palurdo hable como la misma inflexión y acento que el mismo don Quijote no ha dejado dudas que los bultos que se extraviaron en el istmo llegaron primero al valle de Mala antes que a las bodegas del socio del tal Juan de Sarriá.
No hay duda que gracias a Cisneros que Don Quijote de la Mancha cabalgaba ya en Lima con tufo a camarones cañetanos como en Toledo o en Villanueva de los Infantes [1], a más velocidad que Rocinante y el rucio de Sancho, que ganaban piso a 31 kilómetros en días de verano y 22 en días de invierno en Castilla. Por eso, su saber supino de tapadas y rosquetes, de cómicos y alcahuetes, de soplones y celestinas, de frailes y bandoleros que en aquel tiempo abundaban en exceso [¡Oh, grande Mónica Sánchez en 'Eva del Edén', está buenaza!] en la Ciudad de los Reyes. Y ya pasaron cuatro siglos y don Quijote goza de buena salud y Lima, bueno, sigue igual.
El médico Cisneros
Y yo le digo que no lo imagino de médico. El afina el humor. Me dice que él tampoco. Pero en Buenos Aires los médicos eran políticos, pintores, líricos y hasta poetas. Luis Jaime estudió cuando se consolidaba la Reforma Universitaria argentina como vanguardia en el continente. Y tuvo como profesores a Amado Alonso, Pedro Henríquez Ureña, Ricardo Rojas, Francisco Romero. Que conoció al Papa Pío XII y a Tagore a quien le tocó su enigmática sotana gris. Y le dio la mano al Príncipe de Gales. E igual, hablaba de tango como de fútbol y hasta de la bomba atómica cayendo sobre el Japón. Que cuando terminó la Segundo Guerra y triunfaron los Aliados, junto con sus compañeros universitarios obligaron al diario bonaerense La Nación a que toque la sirena por horas y, abrigado por los dirigentes de la federación estudiantil, armaron un mitin histórico en la Plaza Francia que no tenía cuando terminar.

Tuvo un hermano militar y hasta ahora no se explica por qué. Luis era menor, se hizo merecedor a una beca del gobierno argentino. Es que era un tipo especial, corajudo y audaz hasta sus cachas. Su madre lo bautizó como el “gaucho” porque cierta vez, a los 7 años se cortó los dedos con una navaja y no lloró de puro guapo. Luis, el “gaucho”, fue de la misma promoción que el general Videla y otros militares que terminaron de golpistas y que insuflaban una inclinación por un orden harto vertical. Luis, al Perú regreso como alférez. Cierto, tenía una virtud, le encantaba la lectura. Por eso en casa a nadie le jodió.
Sus maestros en la facultad de Medicina terminaron de premios Nóbel. El Dr. Bernardo Houssay y el médico Francisco Leroi. Luis Jaime se especializó en cirugía. Su internado lo estaba cumpliendo no muy a gusto en el pabellón de niños e infantes cuando el Dr. Nicolás Romano se dio cuenta de su incomodidad y le enrostró que era un engreído y lo pasó a la galera de ginecología. El practicante Cisneros se quería morir. Otra vez regresó a pediatría. Su maestro le dijo: “Oiga, lo que usted quiere es que el paciente le otorgue el diagnóstico. No Cisneros, es la revés”. Luis Jaime hasta ahora se repite esa llamada de atención. Y que era preferible escuchar y no abrir la boca en vano. Ahora me está mirando, baja los ojos y humilde me confiesa: “Sabe, creo que ese es el secreto de mi habilidad como docente”.
En 1947 la familia retornó y se radicaron en la casa de Miraflores. La medicina quedó como un buen recuerdo para curar las gripes y las tristezas. Luis Jaime retomó sus estudios de filología románica y la literatura. En 1948 se doctora e ingresa a la docencia en la Universidad Católica. Después pasa a dirigir el Instituto de Filología y la Escuela de Periodismo en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Continúa en el Instituto Riva Agüero. Cuando se casó supo que había que reforzar la economía familiar y ahí se inicia en el periodismo.
Desde ese tiempo Luis Jaime Cisneros va tallando la imagen de gran maestro. Escritores e investigadores que fueron sus alumnos así lo confirman. Cisneros es el profesor de las grandes cátedras, de la clase ilustrada, de la enseñanza interdisciplinaria. Su prédica se entronca en la comprensión de un país ilegible, siempre utópico. Así, genera seguidores continuos, discípulos perpetuos, alumnos atemporales.
El Quijote en Lima
Cuando la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española, como celebración del IV centenario del Quijote, presentaron en la Universidad Católica la Edición Extraordinaria de la obra de Cervantes, publicada por el Grupo Santillana bajo el sello Alfaguara, él estaba ahí. Cierto, era el 2004 y Luis Jaime Cisneros fue el encargado del discurso central. Y el preceptor algo afónico de sabidurías aprovechó para pegar una conferencia magistral sobre Cervantes, el Quijote, Sancho Panza, la textualización infinita, el vuelo de la imaginación, los lenguajes excéntricos concéntricos, el genio alucinado de la lengua, la locura de la lectura encantada, en fin, dijo lo que había que decir (que no se había dicho) y habló lo que hay que hablar cuando de genios se habla. Luis Jaime Cisneros era el mismo Quijote galopando sobre los campos de Castilla y llegó al mar de Barcelona y pasó por Chincha y hasta se detuvo en Surquillo a pegarse unas copas en medio de unas coplas: «Bailan las gitanas/ mírales el rey; / la reina con celos, / mándalas prender...».
Dijo el maestro que la novela no estaba terminada porque cada lector la vuelve a inventar y rescribir. Cada lectura es una aventura, cada uno es un Quijote a su vez y revés. Entonces es fregado, a veces, lidiar con el castellano lejano pero vale la pena porque Cervantes habla de justicia, de poderosos, de humillados, de soberbios y de truhanes. Cuenta de amores y desdichas, de blasfemos y adulones. Y acaso así no es la vida. Y que lo diga Vargas Llosa, quien confesó que no a todo el mundo le puede resultar igual de fácil su lectura, que reconoció que no pudo con la obra la primera vez que intentó leerla en sus años de estudiante, que estaba en el último año de la secundaria cuando intentó leerlo y, simplemente, no pudo [2].
Es sábado en su casa y el teléfono y las visitas no paran. Ahora lo están llamando de la Academia de la Lengua, él como presidente tiene que solucionar un asunto sobre una estrofa apócrifa del Himno Nacional. Y llega uno de sus alumnos y lo apura para que firme una carta de recomendación para la Complutense de Madrid y luego tiene dar curso a un oficio para ser jurado del Himno de Lima. Pero este hombre no se agota.
Se ha levando de su asiento muelle junto a enorme tigre de bengala –Borges habita entre nosotros—y me muestra los originales de su libro Introducción de la Sicopatología del Lenguaje y uno se muere de envidia por la vitalidad de este maestro de la vida que de pronto sintió que tenía mayores motivos para seguir habitando en estos páramos cuando nació Luis Jaime Cisneros III, el hijo de Luis Jaime Cisneros Hammann, su hijo periodista de la agencia francesa AFP, casado con otra periodista, Rafaela León, de los León de esta villa del Señor. Y ahí está el abuelo retozando con el nieto. Y lo miro y él me mira. Y es casi un retrato como aquella vez cuando fui redactor y él director del diario El Observador en los ochenta y todos vivíamos imaginando distinción en aquel tiempo, cuando ser periodista era un lujo del peruano.
Cuando esa vez, a finales de 2004, el maestro Luis Jaime presentó la edición de El Quijote cuatrocientos años más tarde [3] y al cupo y con todos los honores este otro debut, Cisneros dijo en el campus de la Universidad Católica, entre afónico y emocionado: “Cuatro siglos celebramos de este libro. No es fácil hacerse a la idea pero vale la pena intentarlo [...] Propongo reflexionar por lo que significaba por entonces asumir empresa semejante. Estamos ante Cervantes descubriéndose a sí mismo. La novedad consiste en mostrarse como hombre preocupado por el libro que el propio lector tiene entre manos. Lo inesperado [y por lo tanto, lo realmente novedoso] es que le mismo lector se sienta un poco protagonista o testigo de todo ello, por cuanto con él es la cosa; para él esta confesando Cervantes todo el maremagno que lo embarga”.
Entonces, yo escribí una crónica a la sazón en el diario Perú 21. Él, maestro sencillo y frecuente, me envío un correo electrónico que a la letra [digital] decía así: “Sí mi amigo, es verdad: cada vez que leo el libro descubro algo nuevo. Y he pensado con Ortega, que es porque cada vez que lo leo, mi circunstancia se encarga del marco y los matices. ¿Usted se imagina hoy a Sancho en el Congreso, aplaudido a rabiar por los Valdez y los Pachecos y los Mufarech y los otros de cuyo nombre no puedo acordarme? Ya somos dos los que abiertamente nos confesamos lectores: el año entrante seremos más. Un abrazo: Luis Jaime Cisneros V”.
Ha caído la noche en Miraflores. Me despido, dejo al maestro sumido en su nieto de 8 meses que no para de sonreírle. Él alza la mirada, me dice adiós y yo le deseo solamente la eternidad.

[1] Villanueva de los Infantes es aquel lugar de cuyo nombre no quería acordarse Cervantes, según desvela un estudio realizado por un equipo científico de la Universidad Complutense.
[2] «La cantidad de palabras cuyo significado no entendía y el tipo de retórica en que estaba escrito el libro prácticamente lo alejaron del Quijote», ha dicho sin vergüenza.
[3] Bajo el sello de Alfaguara, la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua, apareció simultáneamente en todo el planeta en edición popular.

jueves, 13 de enero de 2011


De escritores y suicidas


La vida es esa maravillosa experiencia creada por Dios. Recreada por algún Dios, para los que aun dudan de la existencia de un creador. Pero para algunos resulta una carga muy pesada. Un lastre que no distingue posición ni ubicación en las categorías supuestamente más felices; que atormenta a quienes se sienten incomprendidos.

Los psiquiatras opinan que para el infeliz la soledad es una permanente compañera, así el individuo este rodeado de gente. Esa tenue melancolía, sin motivación alguna,  atormenta, muchas veces inconscientemente, a los que perciben la vida como una eterna  letanía.

Para llegar a ese estado, seguramente, algo o mucho ha debido suceder para que esa mente se sienta atormentada por vacios y carencias.

El permanente afán de Jaime Bayly  por tirar al tacho su relación con el mundo, no hace sino corroborar la tesis  de que el depresivo es un “taliban” enfurecido consigo  mismo, capaz de inmolarse con tal de acallar con el pasado que lo persigue. Su caso debe ser desentrañado con la ayuda de quienes dicen amarlo y de un buen psiquiatra.

El propio Mario Vargas Llosa, desde otro punto de vista, ha justificado la muerte cuando la vida se convierte en un suplicio. Abogó en el pasado por el médico estadounidense que ayudo a suicidarse a enfermos terminales que suplicaron su ayuda.

Entonces, esta tendencia, de un desprecio a la vida cuando ésta se convierte en una experiencia  tormentosa, pareciera una corriente filosófica entre los escritores, esos elucubradores que requieren de lozanía y un aparente estado de felicidad permanente para producir y disipar sus mentes de historias y fábulas.

José María Arguedas es un caso latente en este año que se cumplen cien años de su nacimiento. “Mis fuerzas han declinado creo irremediablemente” alcanzó a escribir el gran escritor en lo que se constituyó en un grito final de auxilio que nadie supo oír.

Justamente, esas señales de alerta que lanzan aquellos que tienen el cerebro químicamente desbalanceado, y el alma depredada por el hastío y la insoslayable soledad, casi nunca son reconocidas por su entorno. Más aun, contribuyen, sin proponérselo, a que la víctima se hunda de tumbo en tumbo en un abismo sin retorno.


La pregunta flota: cómo recuperar la ilusión de vivir en aquellos que muestran un desdén por su existencia y que amenazan,entre líneas, no acompañarnos más; cómo descubrir esa tendencia suicida en quienes ni siquiera perciben que tienen ese virus incrustado en el alma. Un reto que tenemos para salvar a algunos de nuestros mejores escribidores e, incluso, a aquellos seres queridos que  se apartan del diario trajinar para zambullirse en un sendero de autodestrucción.

viernes, 7 de enero de 2011


PAÍS DE PENDEJOS



Medio Perú se quedó pasmado al ver a un chofer de bus interprovincial filmado manejando, seguramente a más de 100 km por hora, mientras comía de un taper algún alimento extra que suelen obsequiarle los dueños de restaurantes del camino.

Si juntáramos los videos caseros de avisados ciudadanos, espadachines solitarios de lo lógico en un país que se precia de civilizado, completaríamos un documental de una sociedad minada por una plaga de “achorados” y sinvergüenzas, que hacen lo que les viene en gana, en las narices de las autoridades. Y eso que aun nadie ha filmado a decenas de choferes de combis, cousters y taxis que luego de almorzar se atreven a dormir una siesta entrecortada por los leds en los semáforos de la ciudad.

Quién no ha tomado un taxi y a medio viaje se ha dado cuenta que el conductor esta chateando con su celular o leyendo un periódico, cuando debería estar atento a las incidencias del caótico transito limeño. En fin, son incidencias del diario devenir de nuestra ciudad, plagada, para su mal, de estos desquiciados al volante que juegan a diario a la ruleta rusa, solo que en lugar de ponerle balas a la pistola, exponen ciudadanos cansados de clamar por cordura y seguridad.

 Mientras tanto, la ciudad continúa desguarnecida. Los policías, que deberían prevenir el delito en las unidades motorizadas que el Estado les otorga, con su respectivo presupuesto de gasolina, o están estacionados en una sombrita o simplemente permanecen en sus cuarteles. Todo con el oscuro afán de ahorrar la mayor cantidad de combustible y repartirse lo presupuestado.Y todo esto en las narices de los organismos contralores, llámese Inspectoría de la Policia, etc, etc,etc.

 O bien están haciendo retenes de autos en zonas escondidas para extorsionar a quienes carecen de algún elemento dictado por los reglamentos de transito, o abandonan la ciudad para jugarse una pichanguita (con “fulvaso” incluido) como acaba de registrarse en Trujillo. Toda una vergüenza.

 Mientras tanto, la ciudad se desangra con las arremetidas de las pandillas y los crueles asaltos de los “marcas”, convenientemente agazapados en las afueras de las agencias bancarias sin que nadie se atreva a interferir en sus intenciones. A parte, las bandas de delincuentes de menor rango afinan sus planes, en esquinas, bares y restaurantes que la policía conoce pero desiste en intervenir por oscuros intereses.

 A estas alturas, solo cabe aguardar que Dios nos coja confesado, o que a algún iluminado se le permita cambiar las cosas, de lo contrario esa sólida y publicitada macroeconomía de la que el país goza, será socavada por la inseguridad que provoca la actitud de ese puñado de gente de mierda que parece haberse propuesto hacer de la ciudad un caos a su medida, perjudicando a millones de ciudadanos que se esmeran por prosperar en medio de la adversidad.

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