lunes, 8 de julio de 2013


IGLESIA CATÓLICA ¿SIGNOS DE NUEVOS TIEMPOS?

30 de junio de 2013
Fuente: Política y Mundo Ordinario
Escribe Gonzalo Gamio Gehri

Debo reconocer que el mensaje y el estilo del joven Pontificado de Francisco I me simpatizan de un modo particular. Que sea jesuita y latinoamericano me parece muy bien. Que haya puesto en el centro de su ministerio las exigencias de la fe y la justicia – corazón de la tradición jesuita -, así como su vocación explícita por promover una Iglesia pobre y para los pobres – en la línea de Francisco de Asís – constituye sin duda un signo de esperanza para quienes considerábamos que, después de décadas de restauración conservadora al interior de la Iglesia católica, el espíritu del concilio Vaticano II en materia de justicia social y de diálogo con la cultura moderna pudiese volver a manifestarse con tanta nitidez en el discurso y en los gestos. Su invocación a que la jerarquía eclesiástica sea más servidora y menos “principesca” me parece saludable y convergente con el Evangelio. En esta perspectiva, La República indica en una nota que “hace unos días el Papa pidió a los nuncios apostólicos vivir en austeridad y recomendar como obispos a sacerdotes que no sean ambiciosos, pues se corre el riesgo de que privilegien una vida confortable y tranquila”. A buen entendedor, pocas palabras. Su propósito de reformar la curia para enfrentar los problemas actuales de la Iglesia me parece correcto y sensato. Parece rodear su Pontificado un espíritu de renovación y apertura que no podemos sino saludar.

Todo esto lo percibo como signos de nuevos tiempos para la Iglesia católica, así resumiría mi lectura del nuevo papado en este comentario de 29 de junio. Este mensaje va trayendo cambios. El discurso pastoral y teológico sobre la opción preferencial por los pobres – cuya fuente encontramos en los textos proféticos, en los Evangelios y en el magisterio de la Iglesia latinoamericana y universal – recupera la fuerza que tenía en tiempos del concilio y Medellín, y la teología de la liberación encuentra el lugar que merece como una de las grandes vertientes del pensamiento católico contemporáneo. Recientemente, el Vatican Insider, publicación de inspiración conservadora, ha proclamado lo que describe como “el fin de la guerra conla teología de la liberación”, evocando cómo el Papa y G.L. Muller -.el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe - destacan el valor intelectual y espiritual de dicha teología. El Vatican Insider reseña un libro escrito por el propio Muller y su maestro y amigo, Gustavo Gutiérrez, a la vez que destaca la forma en que el presente Pontificado se ha planteado reconocer plenamente los aportes de la teología de la liberación al magisterio de la Iglesia después de un largo período de infundado conflicto.
“Justamente con la llegada del primer Papa latinoamericano surge con mayor fuerza la oportunidad para considerar esos años y esas experiencias sin los condicionamientos de los furores y las polémicas de entonces. Aún alejándose de los ritualismos del “mea culpa” postizos o de las “rehabilitaciones” aparentes, hoy es mucho más fácil reconocer que ciertas vehementes movilizaciones de algunos sectores eclesiales en contra de la teología de la liberación estaban motivadas por ciertas preferencias de orientación política más que por el deseo de custodiar y afirmar la fe de los apóstoles. Los que pagaron la factura fueron los teólogos peruanos y los pastores que estaban completamente sumergidos en la fe evangélica del propio pueblo, que acabaron “triturados” o en la sombra más absoluta. Durante un largo periodo, la hostilidad demostrada hacia la teología de la liberación fue un factor precioso para favorecer brillantes carreras eclesiásticas”.
La página católica celebra la publicación de Gutiérrez y Muller – el texto recuerda que Muller es Doctor Honoris Causa por la Pontificia Universidad Católica del Perú,í mencionándola así, con su nombre completo – como una manera de poner fin a décadas de incomprensión. La nota señala que la Iglesia de Roma reconoce que la teología de la liberación tiene un lugar importante como una fuente de pensamiento eclesial inspirada en el seguimiento de Jesús y en la experiencia histórica y espiritual de la Iglesia latinoamericana.
“Después de haber pasado décadas de batallas y contraposiciones, justamente la amistad entre los dos teólogos (el Prefecto de la Doctrina de la Fe y el que durante un tiempo fue perseguido por el mismo dicasterio doctrinal) alimenta finalmente una óptica capaz de distinguir los obsoletos armazones ideológicos del pasado de la genuina fuente evangélica que impulsaba muchos de los derroteros del catolicismo latinoamericano después del Concilio. Según Müller, justamente Gutiérrez, con sus 85 años (y que planea viajar a Italia y pasarse por Roma en septiembre), ha expresado una reflexión teológica que no se limitaba a las conferencias ni a los cenáculos universitarios, sino que se nutría de la savia de las liturgias celebradas por el sacerdote con los pobres, en las periferias de Lima. Es decir, esa experiencia básica gracias a la que -como dice siempre simple y bíblicamente el mismo Gutiérrez- «ser cristianos significa seguir a Jesús». Es el Señor mismo, añade Müller al comentar la frase de su amigo peruano, quien «nos da la indicación de comprometernos directamente por los pobres. Hacer la verdad nos lleva a estar de parte de los pobres»”.
El documento asume una actitud que me parece saludable y justa. Una actitud convergente con el espíritu de renovación, diálogo y concordia que anuncia el Pontificado de Francisco. El Papa ha anunciado que se avecinan cambios importantes dentro de la Iglesia. Monseñor Pedro Barreto ha comentado recientemente en algunos medios que – de acuerdo a lo expresado por el Papa – estos cambios cruciales alcanzarían a la Iglesia de América Latina y a la Iglesia del Perú. Estas declaraciones han sido recibidas con entusiasmo y esperanza por muchos católicos peruanos que anhelan que el mensaje de Francisco I de una Iglesia pobre para los pobres, una Iglesia dialogante y cercana a la gente se haga carne en el Perú. Una buena noticia sin duda.

Roma y la Teología de la liberación: fin de la guerra

Fuente Vatican Insider
26 de junio de 2013
Escrito por Gianni Valiente


El Prefecto del ex Santo Oficio, Müller, hace un homenaje, bajo el signo de su amistad con el teólogo peruano Gutiérrez


«El movimiento eclesial teológico de América Latina, conocido como “teología de la liberación”, que después del Vaticano II encontró eco en todo el mundo, debe ser considerado, según mi parecer, entre las corrientes más significativas de la teología católica del siglo XX». Quien consagra la teología de la liberación con esta halagadora y perentoria evaluación histórica no es algún representante sudamericano de las estaciones eclesiales del pasado. El “certificado" de validez llega directamente del arzobispo Gerhard Ludwig Müller, actual Prefecto del mismo dicasterio vaticano -la Congregación para la Doctrina de la Fe (CdF)- que durante los años ochenta, siguiendo el impulso del Papa polaco y bajo la guía del entonces cardenal Ratzinger, intervino con dos instrucciones para indicar las desviaciones pastorales y doctrinales que también incluían los caminos que habían tomado las teologías latinoamericanas.

La evaluación sobre la teología de la liberación no es una declaración que se le escapó accidentalmente al actual custodio de la ortodoxia católica. El mismo juicio, meditado, aparece en las densas páginas del volumen del que proviene la cita: una antología de ensayos escrita a cuatro manos, impresa en Alemania en 2004, y que ahora está por se publicada en Italia con el título “De la parte de los pobres, Teología de la liberación, Teología de la Iglesia” (Ediciones Messaggero, Padua, Emi).

El libro hoy irrumpe casi como un acto para clausurar las guerras teológicas del pasado y los residuos bélicos que de tanto en tanto brillan para esparcir alarmas que representan ya intereses ya pretextos. El volumen lleva las firmas del actual responsable del ex Santo Oficio y del teólogo peruano Gustavo Gutiérrez, padre de la teología de la liberación e inventor de la misma fórmula usada para definir esa corriente teológica, cuyas obras fueron sometidas a exámenes rigurosos durante bastante tiempo por parte de la CdF en su larga estación ratzingeriana, aunque nunca se le haya atribuido ninguna condena.

El libro representa el resultado de un largo camino común. Müller nunca ha ocultado su cercanía a Gustavo Gutiérrez, a quien conoció en 1998 en Lima durante el curso de un seminario de estudios. En 2008, durante la ceremonia para el doctorado honoris causa concedido al teólogo Müller por la Pontificia Universidad Católica del Perú, el entonces obispo de Ratisbona definió como absolutamente ortodoxa la teología de su maestro y amigo peruano. En los meses anteriores al nombramiento de Müller como guía del Dicasterio doctrinal, justamente su relación Gutiérrez fue evocada por algunos como prueba de la no idoneidad del obispo teólogo alemán para el puesto que ocupó (durante 24 años) el entonces cardenal Ratzinger.

En los esnayos de la antología, los dos autores-amigos se complementan recíprocamente. Según Müller, los méritos de la teología de la liberación van más allá del ámbito del catolicismo latinoamericano. El Prefecto indica en que la teología de la liberación ha expresado en el contexto real de la América Latina de las últimas décadas la orientación hacia Jesucristo redentor y liberador que marca cualquier teología auténticamente cristiana, justamente a partir de la insistente predilección evangélica por los pobres. «En este continente», reconoce Müller «la pobreza oprime a los niños, a los ancianos y a los enfermos», e induce a muchos a «considerar la muerte como una escapatoria». Desde sus primeras manifestaciones, la teología de la liberación “obligaba” a las teologías de otras partes a no crear abstracciones sobre las condiciones reales de la vida de los pueblos o de los individuos. Y reconocía en los pobres la «carne misma de Cristo», como ahora repite Papa Francisco.

Justamente con la llegada del primer Papa latinoamericano surge con mayor fuerza la oportunidad para considerar esos años y esas experiencias sin los condicionamientos de los furores y las polémicas de entonces. Aún alejándose de los ritualismos del “mea culpa” postizos o de las “rehabilitaciones” aparentes, hoy es mucho más fácil reconocer que ciertas vehementes movilizaciones de algunos sectores eclesiales en contra de la teología de la liberación estaban motivadas por ciertas preferencias de orientación política más que por el deseo de custodiar y afirmar la fe de los apóstoles. Los que pagaron la factura fueron los teólogos peruanos y los pastores que estaban completamente sumergidos en la fe evangélica del propio pueblo, que acabaron “triturados” o en la sombra más absoluta. Durante un largo periodo, la hostilidad demostrada hacia la teología de la liberación fue un factor precioso para favorecer brillantes carreras eclesiásticas.

En uno de los textos, Müller (que en una entrevista del 27 de diciembre de 2012 había expresado la hipótesis del escenario de un Papa latinoamericano después de Ratzinger) describe sin medias tintas los factores político-religiosos y geopolíticos que condicionaron ciertas “cruzadas” en contra de la teología de la liberación: «Con el sentimiento triunfalista de un capitalismo, que probablemente se consideraba definitivamente victorioso», refiere el Prefecto del dicasterio doctrinal vaticano, «se mezcló también la satisfacción de haber cancelado de esta manera cualquier fundamento o justificación de la teología de la liberación. Se creía que el juego era muy sencillo con ella, arrojándola al mismo conjunto de la violencia revolucionaria y del terrorismo de los grupos marxistas». Müller también cita el documento secreto, preparado para el presidente Reagan por el Comité de Santa Fe en 1980 (es decir cuatro años antes de la primera Instrucción vaticana sobre la teología de la liberación), en el que se solicitaba al gobierno de los Estados Unidos de América que actuara con agresividad en contra de la «Teología de la liberación», culpable de haber transformado a la Iglesia católica en «arma política contra la propiedad privada y el sistema de la producción capitalista». «Es desconcertante en este documento», subraya Müller, «la desfachatez con la que sus redactores, responsables de dictaduras militares brutales y de potentes oligarquías, hacen de sus intereses por la propiedad privada y por el sistema productivo capitalista el parámetro de lo que debe valer como criterio cristiano».

Después de haber pasado décadas de batallas y contraposiciones, justamente la amistad entre los dos teólogos (el Prefecto de la Doctrina de la Fe y el que durante un tiempo fue perseguido por el mismo dicasterio doctrinal) alimenta finalmente una óptica capaz de distinguir los obsoletos armazones ideológicos del pasado de la genuina fuente evangélica que impulsaba muchos de los derroteros del catolicismo latinoamericano después del Concilio. Según Müller, justamente Gutiérrez, con sus 85 años (y que planea viajar a Italia y pasarse por Roma en septiembre), ha expresado una reflexión teológica que no se limitaba a las conferencias ni a los cenáculos universitarios, sino que se nutría de la savia de las liturgias celebradas por el sacerdote con los pobres, en las periferias de Lima. Es decir, esa experiencia básica gracias a la que -como dice siempre simple y bíblicamente el mismo Gutiérrez- «ser cristianos significa seguir a Jesús». Es el Señor mismo, añade Müller al comentar la frase de su amigo peruano, quien «nos da la indicación de comprometernos directamente por los pobres. Hacer la verdad nos lleva a estar de parte de los pobres».