viernes, 18 de febrero de 2011


LENTE IMPETUOSO


Carlos “Chino” Domínguez partió para no volver nunca más. Tras de él  quedamos miles de amigos, admiradores, alumnos de su pericia y aduladores de ese ojo avizor que era capaz de capturar la historia en un click. Era un reportero gráfico de calle, que recogía la noticia gastando las suelas de sus zapatos.

Lo conocí, mejor dicho, quedé maravillado por su calidad para captar el momento preciso en una situación noticiosa, a mediados de los 80s. Una vez, abrí las páginas de La República y en la zona central destellaban ante mis ojos una seguidilla de imágenes de una pareja de amantes que se prodigaban pasión ( a plena luz del día) en el mezzanine del inmenso edificio ubicado en el cruce de las avenidas Grau y Abancay. El “Chino” Domínguez había estado tres pisos más arriba, contemplando el caótico paisaje de la zona, cuando se percató que dos jóvenes  mantenían, muy recatadamente, relaciones sexuales en una pequeña azotea. Como el gran ”Chino” andaba siempre con su cámara Nikon F3 en ristre, comenzó a apretar el obturador acabándose los dos rollos de película blanco y negro que le quedaba.

Al día siguiente, esas imágenes fueron portada y página central del naciente y exitoso diario. Surgió todo un estudio y discusión en las aulas donde se enseñaba periodismo sobre la conveniencia o no de publicar un reportaje gráfico de ese calibre, poniéndose en duda su calidad de hecho noticioso. Evidentemente la faena de  “el Chino” se constituía en un impecable trabajo reporteril  pero, quizá, más propio de ser publicado en una revista de inactuales o de antropología social.

Luego, ya ejerciendo el oficio, me lo tope varias veces hasta que entablamos conversación. Más bien, él, con su sencillez, me abordó uno de esos días en que los reporteros de calle suelen esperar bajo el sol que aparezca la noticia. El “chino” ya maduro pero en la plenitud de sus facultades solía acercarse a los jóvenes periodistas y en sustanciosas conversaciones desplegaba sus experiencias sin cortapisas. A veces coincidían en el punto noticioso dos generaciones de los “chinos” Domínguez. Aparecían con sus cámaras fotográficas, o bien doña Antonieta (la “china” Domínguez, que nunca  pude averiguar si era su esposa o su hermana) o su hijo Juan Carlos, a quien metió de lleno al oficio desde muy joven. Más tarde aparecería en el ruedo periodístico su hija Mary Domínguez, también con su  cámara en ristre. Esa collera de fotoperiodistas empezaron a andar las calles de esa movida Lima de los 80s y 90s.

SUS ENSEÑANZAS
Un dia, cuando se investigaba en el Congreso la matanza en los penales durante el primer gobierno aprista (1987-1988), decidí poner a prueba mis facultades como reportero gráfico. Ese día estaba el “Chino” Domínguez entre el tumulto de colegas que aguardaban afuera de una sala. El “Chino”, ese que no solo miraba la noticia suceder sino  que percibía sus entrelineas y vericuetos, me dijo: “no sigas como manada el hecho, búscale otro ángulo”.

La expectativa se centraba en el escurridizo general EP Jorge Rabanal Portilla, acusado de haber dirigido la matanza de decenas de presos rendidos en el pabellón industrial de Lurigancho en junio de 1986. Nadie conocía una imagen suya, y era la ocasión para develar su figura.

Siguiendo los consejos del “Chino” me presté una cámara de mi colega Crisóstomo de Caretas, y me enrumbé hacia la salida secreta de una cochera que existe en el sótano del Congreso. Y efectivamente, no pasaron más de 20 minutos, cuando el famoso general salía raudamente frente a mí con dos de sus guardaespaldas militares, todos vestidos de civil. Les hice tres disparos (clicks) con la cámara, mientras que los tres expuestos, se esmeraban en ocultarse e introducirse en una camioneta. La historia de esas fotos solo la saben el tal Crisóstomo, Marcos y Enrique Zileri. Nunca pregunté por ellas, me pareció obvio lo sucedido: habían sido censuradas.

Después me enteré  de las simpatías de la revista con el régimen alanista, igual que ahora, que sus afanes por servirlo resultan grotescos y evidentes. Total, así es el periodismo  de ingrato.

TODO UN PRECURSOR
Carlos “el Chino” Domínguez, ha sido todo un precursor del periodismo visual en el Perú. Fue el primero en captar instantáneas de los políticos, intelectuales y artistas del medio, desnudando  con un click los gestos y poses de todo peruano importante de 1950 en adelante. Y no solo capturó a pintores, poetas, cantores y políticos, sino que se adentró en los seres de las calles, en los mendigos y en las estampas que ofrecía una Lima que se retorcía entre la miseria y los intentos por modernizarla.

En sus inicios, luego de emigrar hacia Argentina y laborar en la revista El Gráfico, volvió para trabajar en El Comercio, en la revista “7 Días” de La Prensa y en la naciente Caretas (a mediados de los 60s), compitiendo con maestros de las instantáneas como Leoncio Mariscal, Víctor Manrique y René pinedo. En este semanario sucede una cuestión curiosa e ingrata a la vez: su director evitó, casi siempre, citar a “el Chino” en sus publicaciones y poner el crédito a sus fotos. Incluso, años después, cuando los editores de la revista utilizaban sus imágenes de archivo, nunca citaron a su autor. Sinsabores de la vida artística y profesional de un maestro de la fotografía urbana.

Son pocos los fotoperiodistas que han seguido sus enseñanzas y su estilo, y que además tienen esas facultades especiales que solo Dios puede otorgar; los podemos contar con los dedos de una mano: allí están Victor Ch. Vargas, Virgilio Grajeda, Falcón de El Comercio y otros jóvenes promesas que luchan por destacar.

Su ausencia en el mundo del periodismo será notable, pero su capacidad para retratar al Perú de seguro perdurará  en el tiempo. Solo resta consolarnos con apreciar su obra, con refrescar nuestra rica  historia cada vez que apreciemos sus imágenes, esos instantes captados por esos ojos oblicuos que extrañaremos siempre.
Buen viaje, maestro.

                          Foto de propiedad del periodista Rubén Rospigliosi

martes, 8 de febrero de 2011


Ay, la vida


Creo que me estoy volviendo viejo. Acopio piedras filosofales, repienso el futuro y suelo añorar el pasado. Me hago preguntas existenciales que antes solía dejar pasar. Me ando quieto y me consuela la tranquilidad. Antes me impacientaba, me removía lo previsible. Y no hacia pausas para indagar en mi alma. Ahora hurgo, levanto las piedras, sacudo las ramas, al mismo tiempo que la vida pone a prueba mi fe, esa que me fue castrada cuando apenas abría mis ojos.

Como dice Jorge Dexler en ésta canción, suele asaltarme la duda pero descubrí en estos años  que el creer no se impone, nace de las circunstancias, de ese deseo tan terrenal de reencontrarse consigo mismo. Es el resultado de atar cabos y darse cuenta que solo un ser infinitamente superior pudo crear ese engranaje divino llamado vida.

Y el mundo seguirá girando, hasta el fin de los tiempos; nuestras generaciones y sus descendientes serán unos más felices que otros, pero siempre el individuo acogerá en su ser a un guía y protector, más aun, cuando le asalten las dudas y la vida le de de encontronazos.

Otro al que estos tiempos de vorágine electoral puso a filosofar sobre la vida........y las candidaturas

martes, 1 de febrero de 2011


Luis Jaime Cisneros, el periodista


Escrito por Juan Gargurevich
Enero de 2011

Introducción.- Luis Jaime Cisneros, fallecido hace muy poco, tuvo una intensa actividad intelectual dividida entre la academia y el periodismo. En los días que siguieron a su desaparición todos los periódicos, sin excepción, lo elogiaron destacando su rol de maestro y de filólogo. Pero muy poco se recordó de su importante paso por el periodismo diario, primero dirigiendo La Prensa y luego El Observador. ¿Qué lo motivó a distraer su tarea en las aulas para sumergirse en la selva política periodística criolla? Esta pequeña historia, que es también un homenaje, trata de buscar respuestas.
-El Observador, hace 30 años
No hubo canillitas para gritar que aquella mañana había aparecido un nuevo diario, El Observador, pero no hacía falta porque una profusa campaña que incluía páginas enteras de El Comercio lo había anunciado. Todos los esperaban. Era el 22 de Octubre de 1981.
Y quizá la novedad más importante es que su director era Luis Jaime Cisneros, quien había aceptado volver una vez más a la espinoza tarea de dirigir un diario, algo que conocía que conocía muy bien tanto por la sobremesa familiar como por experiencia propia. Entre 1976 y 1978, algunos recordarán, había dirigido el diario La Prensa expropiado por el gobierno militar y la política y los colegas lo habían criticado con rudeza por aceptar el cargo.
Es verdad que Cisneros era desde que se inició en la docencia un gran filólogo y así ha pasado a la historia pero es cierto también que el periodismo siempre fue su vocación principal y nunca dejó de escribir para algún periódico porque tenía una fe porfiada en la importancia de la difusión para la educación.
En aquel número inicial de El Observador inauguró “Mi Columna” que firmaba simplemente “Cisneros” de puño y letra. Leamos parte de aquel primer texto:
“Cuántas conjeturas cruzaron por mi mente cuando me propusieron incurrir nuevamente en la tarea. Y es que creo que hay una función pedagógica hasta hoy desatendida por la prensa. Cada día se me antoja más clara. Hay que contribuir a mejorar los cuadros juveniles en el Perú, y ya no bastan para ello los libros de la escuela, ni satisfacen los concursos, ni hemos de lograrlo recurriendo a la metáfora y a la retórica. Hay que realizar una vasta tarea de formación cívica. El periodismo está llamado a lograr esos frutos”.
Los políticos, los periodistas, vieron con desconfianza al diario recién llegado porque no era secreto que pertenecía a un controvertido promotor y organizador, el movedizo y parlanchín Luis León Rupp, promotor del Grupo Vulcano que manejaba el Banco de la Industria de la Construcción (BIC), la empresa de aviación Faucett, los hoteles Bolívar y César, varias inmobiliarias, a lo que añadía ahora la Empresa Editorial Vulcano. Lástima que todos eran negocios frágiles, endeudados, frutos de su malabarismo empresarial.
Cuando lo entrevistó poco antes del lanzamiento de El Observador, Elsa Arana Freire, exagerando, comentó que se podía hacer una analogía con el magnate Luis Banchero Rossi, o con los hermanos Romero. La periodista le preguntó, claro, sobre sus motivos para fundar un diario y su respuesta fue un parrafazo de lugares comunes en el que solo destacó que tratarían de hacer un diario de opinión, “distinto a los de tipo informativo”.
Debe recordarse que aquel final de 1981 era presidente con olor de multitud el arquitecto Belaunde y la inflación golpeaba a los peruanos. El nuevo diario costaba 100 soles.

-Convocando periodistas
Optimista, Luis Jaime Cisneros anunció ese 9 de mayo de 1981 que el nuevo diario se llamaría El Observador, añadiendo que sería “el periódico que observará el diario acontecer más allá del año 2000”.
Fue el día de la primera reunión con los redactores iniciales, en las oficinas del BIC, el Banco de LuisLeón Rupp en la avenida Larco, como ha contado María Angela Sala quien llegó a la cita con Juan Vicente Requejo y otros.
“Seremos pluralistas, independientes, defenderemos los derechos humanos, la libertad de expresión” insistía Cisneros, contagiando de ánimo al grupo que iba creciendo. Pablo Truel, experimentado y sereno, fue nombrado jefe de redacción, en las jefaturas de información Jaime Marroquín y Nelvar Carreteros, en Economía Raul Wiener, en Deportes el solvente y experimentado Roberto Salinas, en Cultura Federico de Cárdenas y Luis Freyre, Juan Vicente Requejo en la sección Editorial.
Como la idea de los organizadores era privilegiar la opinión invitaron a un grupo de periodistas a redactar columnas. Y aparecerían textos de profesionales tan conocidos como Jorge Donayre, Jorge Moral, Laureano Carnero Checa, Jorge Luis Recavarren, César Miró, Alfonso Tealdo, Enrique Bernales, Ricardo Napurí, Luis Pásara, Justo Linares y hasta Luis Alberto Sánchez. La lista era realmente plural.
Andando las semanas se unirían Carlos Tovar, Hernán Zegarra, Alfredo Donayre, Homero Zambrano, Gilberto Miranda, César Arias Quincot, César Humberto Cabrera, y, como dijo la colega Sala un puñado de excelentes redactoras como Marlene Polo, Cecilia Manzini, Ana María Byrne, Fietta Jarque, Nelly Apaza, Margarita Muñoz, Marina Robles y otras.
Todo un equipo sólido, experimentado, instalado en el edificio de la avenida Pershing que ya lucía en la fachada “Empresa Editora Vulcano. Diario El Observador”.
Pero poner a punto un diario es una tarea compleja que requiere niveles óptimos de organización pues debe concordarse la producción de la redacción con la marcha de los talleres (diagramación, fotocomposición), el horario exacto de impresión y el recojo por los distribuidores que los llevarán a los puntos de encuentro con los vendedores, los antiguos canillitas. Si esa maquinaria no está afinada, no hay periódico.
Pero lo peor era que la Policía Fiscal los acusaba de no pagar los impuestos de la flamante rotativa Harris y cuando todo estaba ya a punto ordenó la inmovilización y el embargo, justo una semana antes del lanzamiento.
Todos lamentaban el retraso porque se sabía que Guillermo Thorndike, que también había reunido un buen equipo periodístico se aprestaba a lanzar La República, aunque aliviaba saber que pretendía ser vespertino, como en los antiguos tiempos.
En el Diario Marka, fundado un año antes, se seguía con atención ambos procesos y entrevistaron a Cisneros preguntándole, claro, si Luis León Rupp realmente editaba un vocero de su grupo económico. “Si ese fuera el objeto de este periódico, no veo porqué me hubieran buscando a mí”, contestó.
Pero ese diario estaba herido de muerte desde el principio porque el Grupo Vulcano tenía pies de barro.
-Los Cisneros y el periodismo
“Los Cisneros nacen con el periódico bajo el brazo” bromeó una vez un veterano colega al hacer la lista de los miembros de esa extensa familia que han estado, o están en el periodismo.
La historia se inicia con el laureado poeta Luis Benjamín Cisneros (1837-1906).
Parlamentario, diplomático, decano del Colegio de Abogados, fundó La Gaceta Judicial cuando era fiscal adjunto. Fue, en suma, uno de los más celebrados intelectuales del siglo XIX.
Su hijo Luis Fernán Cisneros Bustamante (1882-1954) optó temprano por el periodismo y la política y se hizo ferviente pierolista y militante del Partido Demócrata. El diario La Prensa era el vocero y desde sus páginas y con su pariente tío Alberto Ulloa Cisneros, hicieron periodismo de combate participando en importantes episodios de la vida nacional y sufriendo persecución, cárcel y destierro (para una biografía completa de Luis Fernán Cisneros remitimos al lector al libro de Manuel Zanutelli “Periodistas Peruanos del siglo XX”).
Su columna “Ecos” ha pasado a la historia del periodismo por su estilo coloquial, irónico y divertido. Sin duda, José Carlos Mariátegui tomó prestado parte del estilo de Cisneros para su igualmente famosa columna “Voces”.
Don Luis Fernán se casó dos veces. Primero con la señora Diez Canseco y luego, al enviudar, con la señora Vizquerra. De ambas ramas surgieron periodistas.
Por ejemplo, Benjamín Cisneros Diez Canseco optó por el periodismo deportivo. Se conoce poco de su actividad pero lo hemos encontrado como fundador de la fugaz revista “Grass” en 1947 y luego en Deportes del diario La Prensa. Fue el promotor de que la empresa Backus comprara el Club Tabaco y lo convirtiera en “Cristal”.
Luis Jaime Cisneros Vizquerra, en cambio, abandonó los estudios de medicina por el estudio de la literatura y la docencia a tiempo completo. Pero no olvidaría al periodismo de cuyas historias había bebido en su juventud, en la mesa familiar. Y no dudó en aceptar cuando su amigo el general Francisco Morales Bermúdez le ofreció la dirección de uno de los diarios expropiados por el gobierno militar en 1974.
“Elegí La Prensa, a diferencia del diario cuya dirección me ofrecía, porque me pareció que era lo que me correspondía como línea biográfica. Pedí libertad absoluta y la tuve” dijo hace un año en una entrevista que le hizo Ernesto de la Jara. Alcanzó a estar dos años en el periódico de Baquíjano.
Pero hubo más de la familia en este viejo oficio, como “Niko” Cisneros, periodista de farándula, tradicionalista (La Crónica, Caretas); el gran ilustrador Paco Cisneros (La Noche, Jornada). Y están con nosotros Antonio Cisneros (El Caballo Rojo, El Buho), Claudia Cisneros (Somos) que pasó a la TV, Renato Cisneros (El Comercio). Dejamos para el final a Luis Jaime Cisneros Hamann, el hijo mayor de nuestro personaje, quien dirige la corresponsalía de la agencia France Presse en Lima y continúa así la tradición familiar.
El afán por el buen periodismo es el común denominador de la familia y Luis Jaime soñaba con hacer de El Observador una especie de aula de papel en la que no debía faltar la literatura. Por eso dijo en días previos a la salida “Pensamos poder editar un libro mensual para divulgar los grandes libros formadores… Pensamos producir en épocas escolares una serie de textos que ofrezcan la información que no tienen los textos. El día que los novelistas nuestros acepten lanzar sus novelas en folletos, así como han nacido las grandes novelas clásicas, habremos cumplido toda la tarea… es un lindo reto. Un reto difícil pero que creemos que se puede hacer”.
-El periodismo de cada día

El flamante Observador se sumó de inmediato a la oposición al gobierno del presidente Belaunde y enfiló sus mejores armas hacia el Premier, Manuel Ulloa, el propietario del diario Expreso. Los razones eran múltiples, como por ejemplo la presencia importante del APRA en el directorio y la redacción del diario; y la reacción lógica del propietario, Luis León Rupp, a quien le acababan de intervenir su Banco, el BIC, haciendo tambalear al resto del Grupo Vulcano.

Pese a las dificultades, incluso para pagar los sueldos, todos estuvieron de acuerdo en seguir adelante y procurar hacerse un espacio propio en el escenario periodístico que parecía ya excesivo pues estaban El Comercio, La Prensa, Expreso, Correo, Ojo, La República, Marka y hasta el discreto “Guido” del popular Guido Monteverde.

Pero lograron diferenciarse enfatizando el plan original de Cisneros, buena información y pluralismo en la opinión. Y el propio Luis Jaime aportaba casi diario con “Mi Columna” con buenas viñetas de Adrián Arias.
En los meses que tuvo a su cargo la dirección debió hacer frente al boicot publicitario del Gobierno belaundista que prodigaba anuncios en los diarios, menos en El Observador. Y soportó las amenazas constantes de suspensión de provisión de papel, embargo de la rotativa, etc.

Luis Jaime seguía atentamente las novedades y les dedicaba su columna. Escribió de todo. Sobre los héroes, parques, jóvenes, ajedrez, medicina, playas, universidades, Iglesia, trazó perfiles breves y perfectos de personajes, todo ligado estrictamente a la actualidad y con visión crítica.

Lo acompañaban con sus columnas Raul Wiener (El Observador Ecónomico), Rodney Espinel (El Observador Sindical), Justo Linares (Sube y Baja), César Miró (Linterna de Diógenes), Mario Belaunte (Tal como lo Veo), Alfonso Tealdo (Mirador), Víctor Tirado (Paso a Paso), Jorge Donayre (Según pasan los Días) y el joven caricaturista Eduardo, entre otros.

Todos ellos, más analistas invitados como Rolando Breña, Alfredo Barnechea, Hugo Neira, Edgardo Mercado Jarrín, Sonia Luz Carrillo, Ulises Humala Tasso, construían una alternativa que efectivamente ofrecía un rostro distinto y se acercaba al ideal de periódico que debe dar a sus lectores material para decidir e interpretar por su cuenta.
Tuvo días duros como aquellos de abril del ataque inglés a Las Malvinas y lloró como muchos cuando torpedearon el crucero Belgrano. Y dijo en su columna:

“Pienso en esos quinientos jóvenes marineros argentinos que allá en el mar, bajo la inmensa sombra celeste de la patria, sucumbieron en instantes en que estaban realmente fuera del ámbito señalado por el propio adversario como teatro de guerra. Pienso en todos los jóvenes bajo armas que esperan con justificada ilusión seguir el mismo camino con la frente alta y la puntería asegurada en todo barco inglés. Pienso en las mujeres argentinas que velaron orgullosamente esa jornada por el hijo que así aseguraba a su patria grandeza y libertad, y comunicaba su hondo regocijo con el mar. Pienso en Belgrano y en esa hermosa canción que todos entonábamos en las jornadas patrióticas: ‘Aquí está la bandera idolatrada, la enseña que Belgrano nos legó’.


Abrigados por esa bandera se hallan ahora esos quinientos jóvenes en el mar. Y una aurora radiante cubre el horizonte. No lloran por estos muchachos los jóvenes de América: los envidian y cantan su gloria”.
-La renuncia irrevocable
“No va más, muchachos, se acabó… la empresa ha decidido suspender la edición del diario”, dijo Luis Jaime Cisneros a sus periodistas la tarde del miércoles 12 de mayo. “El domingo será la última” añadió. Y dice la crónica que publicó el propio Observador que su director hizo el anuncio “con el rostro apesadumbrado y voz emocionada”.

Pero a la tristeza quizá se sumaba algo de alivio porque hasta entonces sostener la edición cotidiana había sido un esfuerzo enorme.

Era un excelente diario pero no tenía los anuncios suficientes para sostener sus grandes costos y, como se dijo antes, ya el Grupo Vulcano estaba desfondado e incluso su promotor, Luis León Rupp, acusado de estafa, se había marchado a España en febrero dejando sus empresas y empleados al garete.

Pero había hecho esfuerzos por salvar al diario. Por ejemplo, junto con Cisneros, se reunió con los líderes políticos de la oposición aunque no pudo lograr ayuda sustantiva más allá de las promesas de siempre.

Al difundirse la noticia del cierre hubo un alud de expresiones de solidaridad de instituciones, partidos, políticos. Las Cámaras de Senadores y de Diputados emitieron pronunciamientos de respaldo –con el voto en contra de los gobiernistas belaundistas. Todos acusaban el Gobierno de socavar la economía del diario y en particular a Manuel Ulloa, el jefe del Gabinete.

Era verdad que El Observador se había convertido en un dolor de cabeza para el Premier porque pese a que no circulaba como otros, economistas como Manuel Moreyra lo sacudían sin descanso.

El jueves 20 de mayo el Grupo Vulcano anunció de manera formal su retiro de la empresa con un largo editorial en que acusó al Gobierno de maniobrar de manera constante en contra. Dificultó, dijo, el desembarque de maquinarias, marginó al diario de la publicidad estatal y agredió al resto de empresas.


Luis Jaime se despidió con tristeza de sus lectores:

“Tal vez esta columna cierra un periplo. Me suele ocurrir de vez en cuando. Tener que cerrar la casa en que se ha vivido, la ventana que uno abría diariamente para observar el paisaje. Y no poder obtener que la casa se vaya con uno, ni el árbol vecino, ni las caras y las circunstancias que un día preciso sellaron una amistosa colaboración. Pero la vida está llena de estas lecciones. No hay virtud que no tenga su cono de sombra. No hay felicidad que no comporte un lado desgraciado. No hay empeño que no implique fatigas y desasosiegos…”.

Los periodistas formaron un Comité de Lucha para seguir editando el diario y le pidieron a Cisneros que se quedara; luego se organizaron en Frente Unico de Trabajadores y más adelante en Cooperativa.
Pero Luis Jaime ya no pudo acompañarlos y renunció en los primeros días de junio para reincorporarse a tiempo completo a sus tareas en la Universidad Católica.

¿Y El Observador? Su control fue disputado ardorosamente por su personal que siempre había sido políticamente disímil, y solo la gran autoridad de Cisneros lo había mantenido unido y su salida precipitó la división. Fue publicado en varias versiones hasta agosto de 1984. Hasta el final siguió siendo un buen periódico.
–FIN–