Por: Fernando Vivas -Periodista /El Comercio, 09 de abril de 2009
La perversión de Fujimori, indisociable de la de Montesinos, va más allá de los delitos tipificados en el Código Penal y se instala en el siempre atípico reino de la infamia: osó promover el transfuguismo congresal para que la corrupción política dejara de ser un conjunto de hechos preocupantes y se convirtiera en mayoría simple.
Y lo que hizo en ese poder del Estado, también lo hizo en el pueblo: promovió en la gente una actitud que, a primera vista, podía confundirse con el mero populismo, pero era algo peor, casi macabro. Esparció la idea de la democracia como refugio para los terroristas, como entelequia que no sirve para comer y, por lo tanto, para sobrevivir hay que mentir y hacer teatro como los concursantes de Laura Bozzo. Ese era su programa de cultura. Su programa de Gobierno lo fue adaptando, en el laboratorio de Montesinos, a cada coyuntura.
Fujimori, siempre de la mano de su asesor, provocó que retrocedamos emocionalmente a un territorio de engaños y envidias destructivas: con la prensa amarilla y la página de Héctor Faisal en Internet (¡también fue pionero de la infamia electrónica!) torpedeó honras; con su bancada congresal legisló para quitar prerrogativas al poder municipal; con las FF.AA. y el aparato del Estado hizo obra y manipulación selectiva para hacerse de ayayeros. Perpetró un intento de genocidio cívico y moral.
Sin embargo, no se le ha juzgado por esta infamia atípica, sino por tipificados crímenes de lesa humanidad y secuestro agravado. No hubo suficiente acopio de pruebas para desmenuzar la perversión indescriptible en tipificables situaciones de chantaje, peculado o asociación ilícita. Lo más cercano a ese proceso por corrupción monda y lironda se dará en mayo cuando se lo juzgue por otorgar US$15 millones de CTS a Montesinos y se dio en el 2007 cuando se lo condenó a seis años por violar la casa de Trinidad Becerra de Montesinos (la sospecha histórica es que de allí se llevó las pruebas que nos harían ver la película entera y saciarían por completo nuestra sed de justicia).
Ese es el gran juicio pendiente que reclama la historia para llegar a un consenso, pues aún son muchos los peruanos que creen que La Cantuta y Barrios Altos fueron simples daños colaterales en la lucha contra el terrorismo y no han asimilado el concepto de autoría mediata. Pero reaccionarían de otro modo si supieran a Fujimori, siquiera de cómplice o apañador, beneficiado con los fondos públicos. El duelo fujimorista se convertiría en fuerza democrática. Rezaré por ello en esta Semana Santa.
El "Chinito" que encandiló por sus aparentes buenas intenciones,en realidad engendró en nuestra sociedad el cáncer de la desconfianza,a la vez que inculcaba la carencia de escrúpulos en los sectores populares cuando de conseguir objetivos se trata.
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