jueves, 23 de abril de 2009


"EL COMERCIO" POR DENTRO por César Hildebrandt

César Hildebrandt
Columnista
“El Comercio” por dentro
Leo un artículo de Ricardo Uceda que intenta pintarnos a un Alejandro Miró Quesada Cisneros arcangélico y me viene un ataque de risa.
Hace tiempo que Ricardo se cree parte de las cúpulas del gran poder y eso me causa más gracia todavía. Lo que no sabe Uceda es que su actual consideración por quienes cortan el jamón no es del todo recíproca.
Hay quienes no olvidan que este muy ingenioso provinciano fue redactor del semanario “Unidad”, órgano oficial del Partido Comunista (casa matriz: Moscú, al costado de la Lubianka).En fin, de don Alejo Miró Quesada Cisneros hablaba a propósito de la crónica hagiográfica del buen Uceda.Recordé de inmediato que en Internet ha circulado, desde hace algún tiempo, un texto testimonial de Orazio Potestá, un periodista de investigación que ha trabajado en “Correo”, “Caretas” y, precisamente, en la Unidad de Investigación de “El Comercio” en los tiempos de Miró Quesada Cisneros.
Potestá dice en su blog que una vez un editor del diario más viejo del Perú le dijo que no publicaría una investigación sobre Roberto Chiabra, ministro de Defensa del régimen toledista, porque la supuesta coima de la que trataba el texto ascendía “sólo a doce mil dólares”.
Potestá lo cuenta exactamente así:
Editor: ¿De cuánto es tu coima?
Potestá: Doce mil dólares.
Editor: No, pues, muy poco...
Potestá: ¿?Editor: Muy poco porque una página del domingo “me cuesta” 25 mil dólares.
Potestá: ¡Dios! ¿Y eso qué tiene que ver?
Al final, dice Potestá, la nota salió machacada, “con inofensivos titulares y las versiones de los testigos y peritos fueron recortadas”.El periodista relata luego que se dedicó a investigar a la mafia narco de Tijuana en Paita.“Me centré en un general del Ejército que era considerado como un héroe por muchos militares...Ese alto oficial se encontraba vinculado con el narcotráfico y las autoridades judiciales le habían rastreado una cuenta bancaria con varios cientos de miles de dólares en Gran Caymán”, apunta Potestá.Pero en seguida añade:“Mis pesquisas fueron paralizadas. Mis informes eran “levantados” a medianoche, pese a haberlos dejado diagramados y sacramentados y con el visto bueno de los jefes.
Ello empezó a ocurrir luego de una serie de reuniones que ese editor sostuvo (a mis espaldas) con ese general del Ejército. Yo me enteré de ello gracias a mis buenos amigos de la DEA”.
Ese editor sería, según nuestra propia indagación, Juan Paredes Castro, valido de Miró Quesada Cisneros y actual intérprete de Miró Quesada Rada.
Se trata del mismo personaje que, poco tiempo después, le enviaría a Potestá un iracundo correo electrónico pidiéndole explicaciones y exigiéndole pruebas respecto de un informe en el que el periodista había recogido el clima antiminero de Áncash, producto de tanta contaminación.
“Me pedía “explicaciones” por haber difamado a una empresa minera que no hacía otra cosa que brindar desarrollo y trabajo a los peruanos”, cuenta Potestá. Y lo peor es que lo hacía a partir del mail de una empresa minera específica que intentaba desmentir el informe y sostener la inocuidad de sus operaciones.
Ese editor, según Potestá, era conocido “por haber sostenido numerosas y secretas reuniones con Alberto Fujimori en Palacio de Gobierno, siempre a medianoche”.
Cuando Potestá esperaba lo peor, un jefe de sección le explicó la situación:“Tranquilo. Me he enterado de que lo llevan a su tierra en avioneta. No le malogres esa gollería”.
Potestá tiene el coraje de admitir que, después de contestarle al editor y de ofrecerle su renuncia si en su informe se hallaba una inexactitud, no hizo nada más:“Yo me tragué el sapo. Y el editor prosiguió con sus cómodos viajes en avioneta”.
En el relato de Potestá lo que viene es tan vergonzoso que parece extraído de una mala novela hiperrealista.Cuenta que, faltando pocos días para las elecciones del 2006, una jefa de sección le tiró en el escritorio un manojo de papeles.
-Es una bomba de aquellas. Te harás famoso –dijo ella.Se trataba de hacer creer a la opinión pública de que un “comando paramilitar de Patria Roja, azuzado por Ollanta Humala, iba a matar a Alan García en caso de que ganase las elecciones...”
Potestá descubrió en un dos por tres que era una de las imbecilidades más ruines que alguien hubiese podido imaginar. Sólo a policías fronterizos, como el famoso Max de la Dircote, y a periodistas que hablan solas, como la pobre Chichi, se les podía ocurrir que aquella patraña tenía algo de cierta.
Potestá descubrió que el supuesto comando de aniquilamiento estaba integrado, entre otros, por un borracho, un gordo de 100 kilos, un militante septuagenario y con muletas y una chica embarazada de siete meses.
Mientras la jefa insistía, Potestá trataba de convencerla de que esa mentira podía hacerle daño al diario, al país, al concepto mismo del quehacer periodístico. Pero la jefa insistía obsesivamente diciendo que su fuente estrella le había prometido muchas más cosas y todas las primicias que se quisiera con tal de que el domingo previo a las elecciones saliera ese informe.
Entonces Potestá no se contuvo más y le disparó esta pregunta:
-¿Es el pata que te va a buscar a la medianoche para invitarte pisco-souers en el Country Club?La jefa colgó el teléfono abruptamente.Allí sí que Potestá logró su cometido. La jefa, que antes parecía estar tan personalmente interesada en su futuro, lo odió prolijamente, pero el informe no se publicó.
No tendría la misma suerte con otro caso que casi vino a continuación. Las fuentes de la DEA le mostraron a Potestá documentos que demostraban que Lupe Zevallos, hermana de Fernando Zevallos, había sufrido el embargo de una cuenta bancaria panameña ascendiente a ocho millones de dólares.Potestá escribió la nota, se sintió feliz y esperó las felicitaciones del caso.Hasta que su editor lo llamó y le dijo:
-No sé qué pasa. He notado cosas raras. La nota es redonda, no hay flancos abiertos. Pero el director (Alejandro Miró Quesada Cisneros, nota de C.H.) le está poniendo trabas.
-¿Pero qué dice, concretamente? –preguntó Potestá.
-Dice que el problema es con Fernando Zevallos y no con su hermana. Que no debemos meternos con ella porque su presencia en el caso es circunstancial –dijo el editor.
Potestá prosigue así su relato:“Le expliqué a mi jefe (Fernando Ampuero, nota de C.H.) que eso era ilógico. Que Lupe era prácticamente fundadora de Aerocontinente y que se encontraba relacionada con las finanzas de esa empresa, cuyo vínculo con el tráfico internacional de drogas había sido probado por el poder judicial...”
Potestá siguió argumentando. Su “editor”, no movió una pestaña cuando, días más tarde, le dijo, con todo descaro:
-Olvídate, tu nota nunca saldrá impresa. Algo le pasa al jefe.Al final, la información la publicó “Caretas”.Lupe Zevallos salió a defenderse en RPP*.
Potestá lo cuenta así:“Y dijo algo que, sin exagerar, me tumbó al piso. Ella le había regalado decenas de pasajes aéreos de Aerocontinente a la esposa del director que había rechazado mi reportaje. Los boletos de viaje habían sido entregados mientras algunos periodistas se jugaban el pescuezo investigando los pases y negociados del peligroso Lunarejo...”
Potestá fue a visitar a sus fuentes en la embajada de los Estados Unidos:
-Qué papelón he hecho. Qué estúpido he sido. ¿Nadie se salva? ¿Nadie se salva del narcoráfico? –se preguntó Potestá con cierta teatralidad.
Cuenta el periodista que DK, un pelirrojo agente de la DEA, le contestó:-Confiamos en los periodistas, pero no en los directores, ni en los editores...Menos en los propietarios...
(*) No sólo lo dijo en RPP. Lo dijo en otras emisoras y también en el programa televisivo que yo dirigía en Canal 2. Por esa razón es que un joven pandillero del gremio, hijo de un todoterreno de la venalidad, se permitió hace poco lanzar insinuaciones que serían más bien atribuibles a su apellido.
La Primera, 23 de abril de 2009

No hay comentarios:

Publicar un comentario