lunes, 9 de febrero de 2009


INSEGURIDAD CIUDADANA y El Síndrome Magaly




Magaly Medina encarna la desolación y el estrés que produce vivir en la Lima de hoy. La creciente inseguridad ciudadana la ha convertido en apetitosa presa para los capos del crimen de la ciudad. Segun el diario Trome la Urraca sigue presa por culpa de la inseguridad que se respira en nuestra ciudad.
La pelirroja, mega estrella de nuestra televisión chola, no exagera cuando atisba por las ventanas antes de salir a la calle o se provee de chaleco antibalas para transitar por nuestra ciudad capital. Nuestra cruda realidad hace que los precavidos ensayen sistemas de seguridad propio, ya que la policía, llamada a otorgarla (Vía la prevención y el combate del delito) ,no cumple con ese importante papel .
Aunque se sabe que las estructuras policiales están diseñadas en la actualidad para prevenir nada, también es cierto, que los efectivos, las instituciones y material logístico están allí pero se mal utilizan. A todas luces no existe estrategia correcta ni decisión política para prevenir la violencia contra el ciudadano honesto y pacífico.
Se han ensayado decenas de fórmulas que siempre terminan en el fracaso. Pero todas tienen un denominador común: Se libra a la policía de su responsabilidad para otorgársela a los municipios o a los ciudadanos organizados, exponiendo a estos últimos a ataques y venganzas del crimen organizados.
Es una realidad que ya no se puede salir de noche a pasear o a compromisos sin correr el riesgo de ser asaltado, secuestrado o asesinado. Y no exageramos.
Delincuentes en autos rondan la ciudad para ubicar a sus presas que deben cumplir requisitos para ser sus potenciales víctimas.Parejas, mujeres con carteras, desprevenidos con símbolos exteriores de riqueza, mujeres con autos modernos son las principales presas de los malvivientes.
Y si no cuenta con movilidad propia, es de alto riesgo embarcarse en los llamados colectivos que cruzan la ciudad en diferentes rutas. Puedes ser asaltado en la misma unidad, secuestrado al paso o, en el peor de los casos, violentado(a) sexualmente. Y ni hablar de tomar taxi en la noche o madrugada. Los conocidos “lechuceros” están infiltrados por avezados ladrones que aprovechando la oscuridad te desvían de la ruta y te “venden” a delincuentes que esperan pacientemente en barriadas la llegada de sus presas humanas.
Existe una estadística negra (no comprobada oficialmente), que indica que la mayoría de los taxistas que circulan de madrugada se drogan –mayormente con pasta básica- y no para soportar el riguroso trabajo sino porque son ex adictos (“fumones”) que ya “plantados” y con carga familiar siguen con el vicio pero entremezclado con su nuevo oficio.
INSEGURIDAD S.A
Aunque nuestra violencia callejera no ha llegado a los límites registrados en New York en los 80s, en Bogotá y Rio de Janeiro de los 90s o en el México y Buenos Aires de la actualidad, corremos el riesgo de alcanzar esos índices sino combatimos la delincuencia menor que cada vez se entremezcla con los capos del crimen organizado.
El inexpresivo Alcalde Castañeda se felicitó en el último aniversario de la ciudad, de mantener una ciudad segura, aduciendo una estrecha coordinación con las comisarías que existen en el Cercado de Lima. Claro que nadie le enrostró dirigir los destinos de la ciudad en donde más atropellos y accidentes automovilísticos se producen, tampoco le recordaron que existe una camuflada pero masiva prostitución en pleno corazón de la ciudad. Y ni hablar de los cientos de robos que todo el día se producen en la Avenida Abancay y en la zona de Mesa redonda.
Quienes laboran en el Centro, son testigos que el alcalde Castañeda miente. La única zona más o menos segura de Lima es el llamado “Damero de Pizarro”. Y esto sólo en horario de oficina, porque apenas las penumbras se posan sobre la ciudad, todas las lacras aparecen. Las avenidas La Colmena en toda su extención, Wilson, Tacna y las Plazas Bolognesi y Unión son intransitables en las noches.
Lima se ha convertido, por esta inseguridad latente y evidente, en un laboratorio de estrés como lo reseña hoy el diario Ojo. Los únicos beneficiados son las empresas de seguridad, los vendedores de armas para civiles y los herreros que fabrican rejas y puertas de seguridad.
Son pocos los distritos que brindan una paz para el transeúnte, vecino o visitante, pero pese a contar con los elementos logísticos para patrullar la ciudad y ahuyentar al delincuente, no tienen la cobertura legal. La protección del ciudadano y los sistemas de seguridad son asumidos por el Municipio y su serenazgo. La policía cumple un papel de apoyo. Cuando la figura debiera ser a la inversa.
Un sereno no puede ejercer autoridad, tampoco hacer cumplir la ley por coacción y menos hacer detenciones así el delincuente cometa un delito flagrante. Tampoco está preparado con las técnicas policiales de ubicación, arresto y detención segura que debe tener un policía.
TOLERANCIA CERO
Lo que cabe aquí, para prevenir que la inseguridad llegue a límites que perturbe nuestro desarrollo económico y social, es la aplicación de una política de “tolerancia cero” tal como lo definiera el estratega de seguridad, William Bratton, que en los 90s le cambió el rostro a la ciudad de New york. Su método consistía en potenciar el patrullaje a pie de policías preparados que no deben entremezclarse con los pandilleros o delincuentes sino ejercer autoridad moral.
A la vez, introducir y asegurar en el tiempo la doctrina (aplicada también por Bratton) de “La ventana Rota” que consiste en no permitir que la delincuencia y los antisociales se apoderen de territorios. Como es sabido, cuando la gente de mal vivir y su entorno percibe que existe abandono de las reglas y carencia de control, se envalentona e impone sus propias reglas y mecanismos para subsistir.
“La ventana rota” es la metáfora perfecta para explicar cómo el antisocial arrasa con las normas cuando se le permite. Si un edificio amanece con una ventana rota y nadie repone el vidrio, al poco tiempo aparecerán más vidrios destrozados y pronto el frontis será usado de depósito de basura y la zona será invadida hasta que el edificio parecerá un cadáver carcomido por gusanos que se retuercen libremente.
Algo de esta estrategia aplicó el municipio de Surco para combatir a una beligerante pandilla que se estaba formando en la zona conocida como Viñedos. Los inadaptados de la zona habían convertido la avenida principal en su cuartel donde hacían sus pintas y se drogaban a plena luz del día. Ese punto negro, contrastaba con toda la zona colindante pujante y bien diseñada con ciudadanos de bien.
El serenazgo entró a tallar no permitiéndole que pinten las paredes, rondando la zona con perros rod waillers, impidiéndoles que se reunan.Se quemó un sillón abandonado que usaban para drogarse y parasitar y se repintó las paredes con lemas de la Policía. Pasaron unos tres meses y casi al cansancio, los pandilleros se fracturaron en su organización y decidieron desperdigarse.
Este mismo papel tiene que cumplir la policía en las zonas donde se concentran los pandilleros y delincuentes pero con las armas que la Ley le otorga y la persistencia de una estrategia diseñada con la finalidad de restablecer la seguridad que es un derecho del buen ciudadano.
Y el país,su economía y su prestigio pierden por culpa de una mala estrategia de seguridad,porque el poco turismo que viene se lleva una mala impresión y se va con una paranoía que no se la quita nadie.
De qué sirve propiciar con buenas leyes la inversión privada,si no se proteje los bienes ni la logísitica de quienes apuestan por invertir sus capitales en el Perú,generando empleo,rentas y progreso.

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