jueves, 3 de septiembre de 2009


Periodismo vs Espionaje

A propósito de los "Petroaudios"

El reconocido periodista de investigación Gustavo Gorriti, publica hoy en su columna de Caretas el prólogo de su libro "Petraudios", a ser presentado el lunes 7 de septiembre. Dicho entremés se titula "Espías y periodistas" y en él hace un nutrido análisis sobre la regla de oro del periodista con respecto a la reserva de su fuente.
Sobre el tema, Gorriti escribe sobre las diferencias entre el papel y el status social de los periodistas de investigación y los espías con respecto a la información obtenida:

"Para empezar, hay gran parecido funcional. Periodistas y espías se
esfuerzan por cazar, pescar o recolectar la mejor información posible, en
especial la que tenga mayor relevancia para el Estado o la sociedad. La
diferencia está en la expresión y el destinatario. El espía trabaja para el
Estado o, sobre todo en estos años, para corporaciones; el periodista, por
definición, trabaja para la sociedad. Para el espía, la relación entre
importancia y difusión de la información es inversa: cuanto más importante sea,menos usuarios tendrá; para el periodista es exactamente lo opuesto: cuanto
mejor, más importante y exclusiva, más prominencia y difusión."

A continuación presentamos el trabajo completo de Gorriti publicado hoy en su columna de la revista Caretas.

Espías y Periodistas

Por Gustavo Gorriti Caretas, edición 2094/ 03 de septiembre de 2009

El próximo lunes 7 aparecerá mi libro “Petroaudios”, que relata los pormenores de ese caso. Aunque puede leerse como libro independiente, se trata en realidad de la primera entrega de una investigación mayor. Igual que en los orígenes del periodismo contemporáneo, hemos decidido, con la editorial Planeta, publicar la investigación por entregas. En cada una habrá revelaciones, y la final completará el cuadro. A continuación, les doy un adelanto de parte del prólogo, cuyo título es precisamente el de este artículo.

Todo periodista debe proteger sus fuentes. La metáfora está bien escogida: fuentes. Son los manantiales informativos del periodista en una geografía de escasez y contaminación.
El periodista tiene privilegios reconocidos en la mayor parte de sociedades democráticas para el manejo reservado de la información. No es la única profesión que posee privilegio o deber de reserva: sacerdotes, psicoterapeutas, abogados y banqueros también la tienen, con diversos grados y, a veces, regulaciones.

La analogía y contraposición más interesante en la relación con la información y la reserva es la que contrapone al periodismo con los servicios de inteligencia y, en el terreno individual, a periodistas con espías.
Para empezar, hay gran parecido funcional. Periodistas y espías se esfuerzan por cazar, pescar o recolectar la mejor información posible, en especial la que tenga mayor relevancia para el Estado o la sociedad. La diferencia está en la expresión y el destinatario. El espía trabaja para el Estado o, sobre todo en estos años, para corporaciones; el periodista, por definición, trabaja para la sociedad. Para el espía, la relación entre importancia y difusión de la información es inversa: cuanto más importante sea, menos usuarios tendrá; para el periodista es exactamente lo opuesto: cuanto mejor, más importante y exclusiva, más prominencia y difusión.

La información da poder. Desde esa perspectiva, el espía alimenta el poder de oligarquías, y el periodista, el de democracias. Está claro que un Estado democrático necesita espías, pero aun en ellos, quienes usan la información más poderosa, más secreta cuanto más importante, son el grupo pequeño de mandatarios (o el mandatario) con mayor autoridad: una oligarquía temporal a fin de cuentas. En la misma circunstancia democrática, el periodista contrapesa ese privilegio informativo al publicar información importante y ponerla a disposición de todos. Esa contraposición de objetivos es frecuentemente conflictiva. A veces letal.
El ejemplo más claro de la confrontación entre espías y periodistas, con la información como campo de batalla, fue el que se dio en el régimen de Fujimori entre los espías del Servicio Nacional de Inteligencia (SIN), controlado por Vladimiro Montesinos, y los periodistas de investigación. Fue una lucha por arrebatarse la información para darle en cada caso el uso opuesto. Mantenerla en secreto fortalecía decisivamente a Montesinos y su sistema de gobierno; hacerla pública lo debilitaba y eventualmente lo derrotaba.

Fue una lucha difícil que, con algo de suerte y también torpeza de la otra parte —como sucede en toda guerra—, ganaron los periodistas de investigación.
Pero no debe pensarse que fue una confrontación entre los poderosos servicios de Inteligencia y una prensa indómita, porque no hubo tal. Solo lo fue del SIN contra un puñado escaso de periodistas de investigación y otro más pequeño de medios.

La mayor parte del periodismo —sobre todo los dueños de medios pero también muchos que trabajaron en ellos— colaboró con el régimen y su servicio de Inteligencia o se mantuvo neutral, lo cual ya era en sí una forma de colaboración.
Las analogías, similitudes y, en el caso del Perú, la especial promiscuidad descrita, no solo borraron fronteras sino que, mediante los extraños cruces a que dieron lugar, crearon varios tipos nuevos de periodistas y también de espías.

Los lobos y los perros tienen casi todo en común menos la función, que los enfrenta. Sin embargo, no siempre se matan a dentelladas: a veces dudan, se encuentran y hasta se cruzan.
Siempre ha habido corrupción en el periodismo peruano (y fuera del Perú también, por supuesto). Por alguna razón, quizá por el dulcete pecaminoso de los sobornos, se le conoció entre periodistas como mermelada, y a los periodistas corruptos, como mermeleros.

Pero antes la mermelada era una actividad más bien artesanal. Después de los diez años de gobierno del SIN de Montesinos, el mermeleo ya era industrial.
Quizá no sea justo echarle la culpa de todo al SIN, pero en este proceso jugó un papel protagónico. La oleada masiva de dudosas concesiones y privatizaciones creó, en la gama informativa, nuevas categorías de empleo en las corporaciones: manejadores de imagen, estrategas de comunicación, relacionistas públicos (a veces igualmente privados), con varias especialidades. Una de las más cotizadas fue la prevención de ataques y denuncias en los medios; otra fue la creación de agenda informativa favorable.

Así surgió una nueva categoría de profesionales híbridos, inmunes a la diabetes, que con una variedad sorprendente de matices y estilos circula entre la propaganda, el periodismo y el tráfico informativo mientras hace lo posible por maquillar el hibridaje.(…)
Los más exitosos en ese hibridaje profesional desarrollan cuidadosamente su ventaja mayor: estar bien informados. La siguiente ventaja —que es también un requisito— es estar bien conectados. Por eso, aunque disimuladamente competitivos, son gregarios y se ayudan, se ordeñan, compiten y colaboran entre sí, en congregaciones marcadas por la implícita jerarquía de las remuneraciones.

Ahí, cofrades de circunstancia, se juntan los relacionistas públicos de corporaciones contenciosas con los columnistas con cartera de clientes, con los ejecutivos de empresas de «imagen» y relaciones públicas, con periodistas que luego pondrán un tono catoniano sin que se les corra el maquillaje cuando presenten sus trabajos firmados, con el usual epígrafe de «unidad de investigación» —que es como decir «fuerzas especiales» entre militares—, y que son con frecuencia el resultado de informaciones preparadas para servir los objetivos de quienes les entregaron la información lista y empacada.(…)Así como cambiaron los periodistas, cambiaron también los espías. Aún durante el período de indisputada hegemonía de Montesinos, las privatizaciones y las grandes inversiones que les siguieron —buena parte de ellas logradas gracias a la corrupción y la intervención disyuntiva de Montesinos— necesitaron de aparatos propios de seguridad, información y contrainteligencia.

Casi todos quedaron a cargo de oficiales retirados de las Fuerzas Armadas, especialmente de inteligencia y particularmente de la Marina. En muchos casos se contrató la seguridad corporativa —incluida la inteligencia— a compañías independientes. Aunque parezca innecesario, no sobra añadir que durante la década del noventa toda la seguridad privada, sin importar su tamaño o importancia, sabía que lo que no se podía hacer era antagonizar, provocar o siquiera desagradar al SIN de Montesinos. Sumisión, vasallaje o las dos cosas; pero autonomía, de ninguna manera. Bajo ese esquema, varios prosperaron, mientras que otros, como veremos, fueron aplastados.

Cuando cayó Montesinos, el centro se disgregó, pero se mantuvo un cierto orden. Como el manejo económico apenas sufrió modificaciones y las grandes empresas pasaron de un escenario bueno a otro mejor, sus estructuras de servicios, desde los estudios de abogados hasta sus compañías de seguridad y sus funcionarios de relaciones públicas, permanecieron igual o crecieron.

Pero ya no había SIN, el árbitro de último recurso, con su costosa y centralizada presencia.
Un contingente de espías técnicamente calificados se encontró sin empleador, mientras que jueces, fiscales, dueños de medios y accionistas de empresas quedaban sin alguien que les dijera qué no hacer, qué hacer y por cuánto.

La adaptación no fue difícil. El arte del lobby se hizo más complejo —aunque siempre dentro del ámbito de lo asequible— y requirió mejores servicios profesionales. Como las empresas y estudios de abogados precisaban mejor información, los espías desempleados con capacidad técnica no quedaron mucho tiempo sin trabajo.


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