viernes 22 de abril de 2011
Blog de Gonzalo Gamio
Escribe Gonzalo Gamio Gehri
La frase de Steven Levitsky en torno al terrible dilema que plantea la segunda vuelta ha dado en el clavo. Sobre Humala tenemos dudas; en torno a Keiko, pruebas. Las declaraciones de Martha Chávez en las que desliza amenazas contra César San Martín y en las que señala que los familiares de las víctimas de La Cantuta básicamente no tendrían de qué quejarse (así como las inaceptables alusiones de Keiko Fujimori al corrupto régimen de su padre como el “mejor de la historia”, que ha contestado muy bien la revista Caretas) muestran claramente que el fujimorismo no sólo no ha cambiado ni está dispuesto a formular autocrítica alguna, sino que mantiene su actitud cínica y autoritaria frente a los derechos humanos y a la autonomía de los poderes. Ante la ausencia de condiciones y de trayectoria de la candidata de Fuerza 2011, habría que temer que las líneas de la administración del Estado se decidan en la DIROES (¿O quizá en la Base Naval?). Lo que sorprende es que buena parte de nuestra “clase política” y de la dirección de la empresa privada y los medios de comunicación estén dispuestos a hacerse de la vista gorda frente a esta situación. Le temen más a las dudas que a las certezas. Mucha gente de estos sectores estaría dispuesta a sacrificar de buena gana la dignidad nacional entregando el Estado a la cúpula mafiosa que otrora lo saqueó en nombre de la presunta perspectiva de la “estabilidad económica”. La defensa de la ortodoxia del mercado pesaría más – ante sus ojos - que los principios de la ética pública y el respeto de los derechos fundamentales.
El despido de dos periodistas de Canal N para hacer posible que la línea editorial de este medio apoye el retorno del fujimorismo (en convergencia con el punto de vista conservador que ha logrado imponer poco a poco la nueva administración de El Comercio) va en esta dirección. Ya IPYS se ha pronunciado negativamente sobre esta decisión que atenta contra la libertad del trabajo periodístico. Este hecho constituye una vergüenza, máxime si recordamos el importante compromiso asumido por el Canal N con la defensa de la democracia, pues fue el primer medio en cubrir las marchas ciudadanas contra el régimen autoritario de la dupla Fujimori - Montesinos y en publicar el vídeo Kouri – Montesinos.
Las declaraciones de Mario Vargas Llosa en torno a su decisión de votar por Ollanta Humala ha generado duras y extrañas reacciones. Su hija Morgana ha denunciado ser víctima de amenazas (¿Provenientes de qué sector político? ¿Del mismo grupo, acaso, que atentó contra el monumento El ojo que llora?). Ha recibido innumerables y poco sutiles críticas de parte de políticos, empresarios y periodistas cada vez más próximos al fujimorismo, como José Barba Caballero, Julio Favre o Aldo Mariátegui. Por su parte, Delgado Aparicio ha escrito un artículo deplorable, cargado de mala intención y calificaciones, contra la persona de Vargas Llosa. Trelles, más astuto y relativamente más cauto, ha acusado de intolerancia al escritor; curiosamente, el nuevo vocero del fujimorismo ha indicado que un eventual triunfo de Humala pondría en serio peligro las libertades de prensa y de expresión, cuando el régimen de Fujimori compró conciencias y líneas editoriales de diversos medios de comunicación, y persiguió al periodismo independiente, como ha sido demostrado. Los fujimoristas apuestan porque los ciudadanos no hagamos memoria sobre lo que vivimos hace algunos años.
Los crímenes perpetrados desde y en el fujimorato están exhaustivamente documentados. Alberto Fujimori ha sido condenado por homicida y su condena ha sido ratificada. El entorno de la candidatura de su hija es el mismo que rodeó a quienes detentaron el poder en los noventa ¿Podemos cerrar los ojos ante esa realidad? ¿Podemos poner entre paréntesis los principios y valores que ese régimen pisoteó, en nombre de una hipotética ‘eficacia’ en el manejo futuro de la economía? Son preguntas que no debemos evitar formularnos cuando meditemos en torno a cómo votar.
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