¿Por qué las noticias peruanas son como son?
21 de noviembre de 2009
Extraído del blog Puente Aéreo de Gustavo Faverón Patriau
Durante los primeros dos o tres días de noticias sobre la banda de asesinos Los Pishtacos, supuestos ladrones y exportadores de grasa humana para uso cosmético, me llamó la atención la monocorde similitud de la noticia en todos los medios peruanos.
Ninguno puso en duda la primera versión policial, ninguno planteó la posibilidad de que fuera un absurdo, todos evocaron el mito andino del pishtaco como un factor que engrandecía el misterio y la sordidez del caso, con una atención que parecía relamerse en el placer gótico.
Ya para el segundo día, en cambio, la noticia en la prensa internacional era distinta y bastante más interesante: The Sun incluía las opiniones de un profesor de medicina de Cornell, que señalaba que la grasa recogida artesanalmente era altamente impura y por tanto inútil para su incorporación en procesos químicos.
The Guardian recogía declaraciones de otro experto de la Universidad de Virginia, quien indicaba que la grasa de las clínicas de liposucción y de gente dispuesta a donarla en casi todo el planeta era abundante, barata y, por supuesto, bastante más sana y segura.
Los cables de Associated Press republicados en The Times of India y The New York Times contenían las declaraciones de una experta en dermatología de Yale University, según quien, incluso si existiera un minúsculo mercado internacional para la compra de grasa humana, las ventajas de su uso cosmético sobre el uso de otras grasas son consideradas por la comunidad científica como pura charlatanería.
El País sumaba a los cables una consulta directa con los expertos de la Asociación Nacional de Perfumería y Cosmética de España, que también observaban que la historia en general era ilógica (no necesariamente falsa, claro, pero sí ilógica), debido a las mismas razones ofrecidas por los médicos americanos.
De la ciencia, apenas en un día, las noticias internacionales pasaron a las comparaciones librescas y cinematográficas: se evocó el parecido de la historia con el de la trama de El perfume, la famosa novela del alemán Patrick Süskind, y con Fight Club, la novela del americano Chuck Pahlaniuk, así como con las películas basadas en cada uno de esos libros.
La comparación era simplemente evocativa, claro. No traía ese rudo elemento gótico de la noticia en el ámbito nacional y sus paralelismos con el mito de los pishtacos.
Al tercer día, las opiniones de los expertos comenzaron a ganar espacio en la prensa peruana. Y aquí viene lo interesante: cuando los cables internacionales se habían inclinado claramente a creer que la historia era absurda incluso si fuera real, la prensa nacional siguió destacando el paralelo entre el mito y la propuesta explicación policial, dejando en segundo plano las opiniones de los conocedores.
A nuestra prensa, la lógica o el absurdo del crimen le parecieron secundarias; eligió abrazarse a su sordidez y al aura terrorífica del relato mítico encarnado en apariencia.
¿Hay algo más detrás de esa preferencia? Es curioso dónde empiezan y dónde terminan los parecidos entre la novela de Pahlaniuk y las versiones más contemporáneas del mito andino: en ambas, la extracción de la grasa y su conversión en productos industriales es una metáfora crítica sobre el capitalismo.
"We're taking their own fat and selling it back to them", dice el protagonista de Fight Club, que asalta clínicas de liposucción para fabricar jabones de lujo. En la variantes más recientes del mito andino, el pishtaco es un extraño, acaso extranjero o agente de unos jefes extranjeros, que roba la grasa de sus víctimas para llevarla a Lima o a los Estados Unidos, donde se usará para lubricar las maquinarias en las fábricas de las industrias capitalistas.
Tengo la incómoda sospecha de que la prensa peruana no ha querido sopesar mucho la lógica real de esta historia por acaso tres motivos distintos: primero, porque es habitualmente renuente a darse el trabajo de pensar sobre los temas acerca de los cuales informa; segundo, porque mantener el paralelismo con el mito hace la noticia de esta aparente carnicería un tema seductor por morboso.
Y en tercer lugar, porque el mito mismo plantea una explicación segregatoria (el culpable es el otro, el que está afuera de nuestro mapa, el extranjero) que resulta muy cómoda para una prensa que ya tiró la toalla para todos los casos en los que le cabría reflexionar acerca de la extrema vileza y la extrema violencia que se generan dentro de la sociedad peruana.
Claro: no estoy diciendo que la prensa peruana haya pensado todo esto para tomar la dirección que ha tomado; digo que lamentablemente su falta de profesionalismo y su general incapacidad de reflexión la hace inclinarse a confiar en este tipo de respuesta, y lo mismo puede decirse del coronel y el general de la Policía Nacional que usaron explícitamente el término "pishtaco" para describir a los capturados.
Los mitos suelen ser relatos creados para explicar lo que es positivamente inexplicable. Cuando un investigador policial y un periodista asumen el mito como respuesta a un acertijo, asumen que es inexplicable de otra forma. ¿Ahora resulta que, tras haber descubierto un cadáver, la Policía Nacional va a dar por explicadas las 60 desapariciones denunciadas en la zona durante los últimos meses? ¿Los mataron los Pishtacos para hacer rouge en Italia?
Quizás estos sujetos (los delincuentes) hacían en verdad o pretendían hacer algo de lo que dicen. No se puede descartar completamente la veracidad de una acción basándose en la idea de que para cometerla habría que ser no sólo cruel sino además un mal negociante. Y además, ¿para qué autoinculparse de algo tan atroz?
Pero nada de eso es causa para dejar de buscar una explicación verificable que no sea pura imitación del mito. Qué ocurre si hay un grupo criminal interesado en que la Policía y la opinión pública culpen a estas personas de unos crímenes cometidos por otros o por otras razones. ¿Qué ocurre si todo es (jamás hay que descartarlo) una cortina de humo del gobierno hecha para distraer? ¿No hubo ya rumores de pishtacos durante el primer gobierno de Alan García? ¿No es la prensa la que debe despejar ese tipo de duda?
Finalmente, ¿algún medio de prensa peruana, algún comentarista, algún columnista se ha interesado en investigar quiénes son las víctimas de estos homicidios? No lo creo. Eso no funciona mucho en el Perú. Y en el fondo tampoco funciona preguntarse quién es el homicida o quiénes son. Porque es más fácil suponer que son poco menos que monstruos excepcionales, freaks salidos de una película de Mélinton Eusebio.
(Se supone que estamos en una época de auge para la crónica periodística en el Perú. Ok. Aquí hay una oportunidad para que esa idea se pruebe o se lance al tacho: no es cuestión de escribir bonito o escribir interesante, también hay que descubrir algunas verdades de vez en cuando).
Postdata: el programa de televisión Enemigos Íntimos presenta un informe sobre el tema. Tiene la virtud de hacer notar el absurdo de la historia. Tiene el defecto de querer convertirlo en una comedia: sigue sin hacer nada por averiguar cuál es el motor detrás de una historia que parece construida para dejar irresueltas varias decenas de desapariciones. Y para excavar más hondo el hueco de la ignorancia frecuente de la prensa, el reportaje no trata el mito de los pishtacos como tal, es decir, como un relato mítico dentro de un sistema de creencias, sino, básicamente, como una ridiculez de gente inculta. Un antropólogo entrevistado en el informe usa los términos "fábula", "mito", "leyenda", "cuento" y "ficción" como si fueran equivalentes e informa sobre las creencias andinas con una sonrisa paternalista de oreja a oreja. La reportera usa indistintamente "cuento", "leyenda" y "mito". ¿No les resulta especialmente insultante cuando una persona se burla de la ignorancia ajena exponiendo la propia?
Publicado por Gustavo Faverón Patriau
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