miércoles, 24 de febrero de 2010
DE TETAS Y ENGAÑOS
Quienes ha tenido la oportunidad de ver completa la famosa película peruana “la teta asustada”, que repentinamente lanzara a la fama a Claudia Llosa y Magaly Solier, de hecho han terminado con un sabor desagradable al finalizar de ver la llamada “obra cumbre del cine nacional”. La cinta, tan auspiciada y propagandizada, es un cúmulo de situaciones que rayan en lo grotesco y de mal gusto. Y en ésta crítica no hay un sentimiento de desprecio a esta producción o asomo de racismo, sino es puro análisis descarnado, desnudo de poses nacionalistas y huachafas que últimamente inundan nuestro espectro mediático y mantiene entretenido al común de la gente.
Pero a la vez uno se pregunta, conforme se va desencantando con el transcurrir del bodrio, cómo los europeos y los llamados especialistas y críticos de cine han podido ver un logro cinematográfico en algo que carece de méritos por donde se le mire. No hay logro actoral que pueda destacarse, así se haya querido economizar al máximo, tampoco hay continuidad y flexibilidad en las imágenes y se recurre al opaco recurso setentero de documentales de cuarta al hacer un plano mudo y oscuro entre escena y escena.
Si se quiere enfocar el film desde el lado sociológico tampoco tiene una explicación valedera ni justificación y menos realismo. No se puede hacer ficción con un hecho tan grotesco e irreal al pretender hacer creer que por un trauma de violencia y agresión sexual, una mujer decide introducirse un tubérculo en la vagina hasta que se pudra y ponga en riesgo su vida. No tiene sentido. Y cada una de las situaciones que se reflejan para componer la trama de la película es más sórdida de la que la antecede.
Otra historia es el devenir de la fama adquirida por la Solier, a quien nadie quita su encantadora ternura y su impresionante valentía para enfrentar la fama impuesta por el destino. Su belleza nativa y exótica, que seguramente encandiló a los europeos del Berlinale, no nos impide apreciar con ojo crítico la puesta en cuestión.
Un fiasco que nos duele porque muestra un cine que los peruanos no merecemos. Y ahora que postula para un Òscar, enfrentándose a películas de calibre y bien logradas, sus posibilidades inevitablemente son escasas. Aunque nuestros corazones hinchen por que gane, debemos ser realistas y desengañarnos despojándonos de esa venda mediática que nos han impuesto desde hace casi un año, presentándonos un producto falso por lo pésimamente logrado.
Hoy, César Hildebrandt tampoco ha tenido miramientos para despanzurrar esa falsa bola de nieve que pretendió por meses mantener cohesionado al país, pintándonos una película “de bandera” que no reúne siquiera los méritos de un documental de un principiante que invierte sus tres mil soles para mostrar en el ecran la fiesta de su pueblo.
PD. No se le ocurra preparar su canchita para espectar ésta mal llamada “producción nacional” porque no podrán digerirla.
Domingo de teta y sustos
La Primera
24 de febrero de 2010
Por César Hildebrandt
Hace unos días hice lo que había aplazado durante largos meses: ver “La teta asustada”, la película peruana más exitosa y reconocida de todos los tiempos, una obra que, sin ninguna duda, debe tener méritos y excelencias que este columnista, por alguna razón entre las que no se encuentra la cicatería, no pudo (o no supo) encontrar.
Como alguna vez he confesado, soy un viejo cinéfilo que ha pasado grandes momentos de su vida viendo películas de todos los estilos, todos los géneros, todos los directores y todas las calañas.
Me había resistido a ver “La teta asustada” porque temía que no me gustara (“Madeinusa” me había parecido un buen intento fallido) y porque, si así sucedía, tendría que escribirlo y no callarme como hacen tantos a la hora de mirar la dirección de los vientos.
Y al no callarme –pensé- tendría que enfrentar el callejón oscuro de los adocenados y los nacionalistas del culo que están viendo “antipatriotas” hasta en la sopa (en la sopa de Acurio por ejemplo, que es, como se sabe, sagrada).
De modo, que compré “La teta asustada” en una versión formal –soy de los que jamás compra piratería: no soy un “peruano cabal”- y la vi. Quiero decir, la vimos.
Cuando aparecieron los créditos finales no sabía a qué espectáculo había asistido: ¿era sólo una mala película o era el resumen más brioso de la huachafería vagamente progre y de exportación, esa que PromPerú podría auspiciar junto a algunas ruinas sobreestimadas?
Vamos a ver. Los actores de “La teta asustada” no son buenos y al no ser buenos no sostienen una historia hiperbólica que hubiera requerido un registro realista que compensara tanto exceso. ¡Y es que el realismo incluye también lo actoral y eso es algo que el cine sudamericano, con algunas excepciones, no logra entender!
La fotografía de “La teta asustada” combina las postales distantes, los planos abiertos de un observador frío, con algunos primeros planos voluntaristamente dramáticos y sin sentido y con encuadres gaudianos, retorcidos y amputadores. ¿Fue un aporte al cubismo que hubiese brazos cortados, contraplanos a media caña, manitas sin antebrazos, codos sueltos?
La película es un tour para catalanes y berlineses perversones en torno a un país trágico que Claudia Llosa se ha empeñado en hacer cómico (y, claro, así, en clave de humor negro y de sal gruesa, elude rozar siquiera el origen de todo: la raíz social no de la papa sino de la injusticia y la escisión social).
Como comedia varias veces involuntaria, “La teta asustada” es prodigiosa. Que un ginecólogo le diga al tío que recomendará “otro anticonceptivo” a la niña que tiene una papa en la vagina –dando por hecho que el tubérculo cumple esa función- es como para sonreír.
Que una ricachona tenga su palacete junto a un mercado del Perú profundo –realidades encarnizadamente enemigas separadas apenas por una puerta eléctrica-, ¿es una manera de ahorrar platós, agudizar las contradicciones o hacer una caricatura abreviada y en pocos metros cuadrados del Perú?
Que esa misma señora le diga a la protagonista que tome asiento cuando ésta ya está sentada, no es una distracción de vieja pituca: es la enésima tontería de un dialoguista empeñado en construir personajes oligofrénicos.
La señorita Llosa es una militante del realismo mágico, pero tiene un problema: no es García Márquez; es, más bien, la secretaria visual de Isabel Allende.
De allí, de ese almacén ingenuo de realismo mágico en versión “Coquito” salen, en desfile continuo, el barco que va a cruzar un túnel más estrecho que su diámetro y su altura, la poda con tijerita de uñas de la papa intravaginal, la venta de ataúdes con escudos futbolísticos para hinchas del más allá, el hecho de que la señorita Solier se desmaye y sea intervenida en un quirófano mientras mantiene en una mano crispada un puñado de perlas, los matrimonios masivos sin alcalde, la santa conservación inodora de un cadáver de varios días, el rostro aceradamente inmóvil y casi enyesado de la señorita Solier en su papel de víctima de la teta, la transformación repentina e inconvincente de la señora pianista luego de su concierto.
Todo folclórico y apretado, todo hecho para arrancar exclamaciones de risas, horror y condescendencia entre europeos culposos, oenegistas con mucho millaje y amantes del exotismo.
Y casi todos los personajes de la película exhiben una estupidez cacasena -¿de origen viral, hereditario, antropológico?-, como aquella novia que, teniendo un vestido con una cola de varios metros, está descontenta porque quiere más tela para más cola y que termina, como idiota mayúscula, subiendo al podio inverosímil que Claudia Llosa le ha puesto, no por los peldaños “majestuosos” de aquel armatoste de cartón sino por una escalera de albañil desde la que está a punto de caer.
“La teta asustada” no es una mala película porque retrate con saña de turista pronazi las miserias y pellejerías de la pobreza urbana de Lima ni aluda, con enorme timidez, a las fechorías que sufrieron nuestros campesinos de manos de terroristas y militares. Es mala porque cinematográficamente es un desastre.
La historia no te la crees –no porque sea irreal sino porque está mal contada-, los actores recitan muchas veces frases sin sentido, la señorita Solier canta cuando no debe –es decir, admitámoslo: casi siempre- y hay empalmes que no se explican, lentitudes que nada aportan, destellos visuales –la señorita Solier con una flor en la boca, el despegue de un artilugio impulsado por helio- que terminan por desbaratar la poca lógica interna que le quedaba a la ficción.
El Perú cambió el mundo con el aporte de la papa ancestral. Esta papa intravaginal y casi hidropónica, física y simbólicamente inmunda, no cambiará la historia del cine.
Sé a lo que me expongo con estas líneas. La verdad es que importa un ardite. Peor hubiese sido sumarme al coro extasiado y patriótico de los que creen que el honor nacional está en juego en la ceremonia del Oscar.
Ni conozco ni envidio ni siento nada por la señorita Llosa. Es más, espero que gane el Oscar y que lo disfrute. Pero eso no me impide decir lo que pienso. Tampoco le temo a sus primos fulminantes ni a sus tíos mitológicos ni a sus vínculos especiales con el agitprop ibérico.
Me alegra que haya tenido la suerte de contar con tantas anuencias internacionales y con tantos píos silencios domésticos. Pero de allí a decir que “La teta asustada” es una “gran película”, como la tetudez colectiva ha impuesto aquí y con letras de neón, hay tanta distancia como la que va de la alfombra roja del teatro Kodak a la posteridad de veras bien ganada.
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