Sobre Chataras y otros Combos
Original de Revista Velaverde21 de mayo de 2013
Escrito por Juan carlos Tafur
¿De verdad alguno de los liberales encendidos que estos días ha decidido romper lanzas en defensa de la libertad suprema en contra de los afanes estatistas del gobierno tramitados a través de la denominada “ley chatarra”, cree que se viene una dictadura alimentaria que nos va a impedir llevarnos a la boca lo que nos venga en gana? ¿Que Cuba y Venezuela se acercan a nuestra sacrosanta mesa? ¿O que el orgullo nacional apoyado en el boom gastronómico corre serio peligro por culpa del proyecto totalitario del régimen?
La verdad es que semejantes ardores merecerían mejor y justificada causa. No podemos si no coincidir en que el mamotreto legal promulgado este viernes, y que pretende proteger a la niñez de alimentos poco saludables, ni siquiera va hacerse efectivo y nuestros imberbes seguirán tragando grasa mezclada con abundante harina y azúcares y sal a mares. Si bien el objetivo es bueno y justificado (estamos ante un problema de salud pública), el medio elegido es un disparate. Pero de allí a creer que se nos viene la noche sombría para las libertades democráticas supone, pues, un dislate mayor.
Casi tan grande como el que encendía las pasiones de calificados integrantes de la alta burguesía limeña, que creían que Humala les iba a quitar su casa de playa si llegaba al poder.
Particularmente, me resulta difícil creer que de la noche a la mañana los copetudos señorones mercantilistas que pueblan nuestros gremios empresariales y las rosáceas señoronas que discriminan a domicilio, se han vuelto cruzados libertarios dispuestos a defender hasta con su vida las parcelas de los derechos individuales.
En general, si el liberalismo peruano quiere agarrar carne y empatar con los afectos populares debiera escoger mejor sus batallas. Si no, bordea los linderos de lo ridículo. Se trata de ecualizar la indignación, habría que aconsejarles a los queridos hipsters de las libertades. Está bien la grita, pero no solo deberían practicarla cuando se afecta a los grandes bolsillos.
Porque si tanto indigna que el Estado se entrometa en asuntos privados, pues hay territorios más acechados que el de las papitas fritas y las gaseosas. Veamos nomás lo que pasa con los derechos de las diversidades sexuales, coartados por los gobiernos secularmente al son del sector ultra de la iglesia católica. Y en ese terreno el silencio predomina. ¿Los “liberales” perdieron la capacidad de indignación? O veamos qué pasa con el uso de métodos anticonceptivos que no se brindan en el sistema de salud pública por presiones de la moral conservadora.
Cómo no vemos igual alboroto cuando se permite que las AFP dispongan de nuestros ahorros coactivamente. O cómo no lo vimos cuando se utilizaron cientos de millones de dólares para salvarle el pellejo a unos cuantos banqueros que no sólo debieron quebrar sino pagar algún tipo de culpa penal. O cuando nos clavan impuestos para subsidiar algún proyecto de inversión privado.
Y no me vengan con que se trata de gritar fuerte a pesar de ser conscientes de que es por un asunto menudo, porque es de naturaleza ejemplar y sirve para hacer sentir que los ciudadanos peruanos no tolerarán que el Estado recupere protagonismo. Lo creeríamos si el tenor fuese el mismo frente a todo afán colectivista.
En el fondo, valga este epílogo, la gran batalla liberal del presente no es contra el populismo, sin dejar de ser ésa una pelea que hay que dar. Es contra el uso y abuso del mercado por parte de las grandes corporaciones empresariales (revísese, por ejemplo, lo que pasa en el sector pesquero o en el farmacéutico). Pero al respecto mutis total. Quizás ello sea demasiado pedir para nuestros liberales de primera generación, a quienes seguramente en adelante se les erizará la piel transidos de orgullo rebelde al darles a sus retoños golosinas, creyendo que al hacerlo participarán del fragor de una gesta disidente o un ejercicio de desobediencia civil frente a la garra totalitaria. En fin.
¿De verdad alguno de los liberales encendidos que estos días ha decidido romper lanzas en defensa de la libertad suprema en contra de los afanes estatistas del gobierno tramitados a través de la denominada “ley chatarra”, cree que se viene una dictadura alimentaria que nos va a impedir llevarnos a la boca lo que nos venga en gana? ¿Que Cuba y Venezuela se acercan a nuestra sacrosanta mesa? ¿O que el orgullo nacional apoyado en el boom gastronómico corre serio peligro por culpa del proyecto totalitario del régimen?
La verdad es que semejantes ardores merecerían mejor y justificada causa. No podemos si no coincidir en que el mamotreto legal promulgado este viernes, y que pretende proteger a la niñez de alimentos poco saludables, ni siquiera va hacerse efectivo y nuestros imberbes seguirán tragando grasa mezclada con abundante harina y azúcares y sal a mares. Si bien el objetivo es bueno y justificado (estamos ante un problema de salud pública), el medio elegido es un disparate. Pero de allí a creer que se nos viene la noche sombría para las libertades democráticas supone, pues, un dislate mayor.
Casi tan grande como el que encendía las pasiones de calificados integrantes de la alta burguesía limeña, que creían que Humala les iba a quitar su casa de playa si llegaba al poder.
Particularmente, me resulta difícil creer que de la noche a la mañana los copetudos señorones mercantilistas que pueblan nuestros gremios empresariales y las rosáceas señoronas que discriminan a domicilio, se han vuelto cruzados libertarios dispuestos a defender hasta con su vida las parcelas de los derechos individuales.
En general, si el liberalismo peruano quiere agarrar carne y empatar con los afectos populares debiera escoger mejor sus batallas. Si no, bordea los linderos de lo ridículo. Se trata de ecualizar la indignación, habría que aconsejarles a los queridos hipsters de las libertades. Está bien la grita, pero no solo deberían practicarla cuando se afecta a los grandes bolsillos.
Porque si tanto indigna que el Estado se entrometa en asuntos privados, pues hay territorios más acechados que el de las papitas fritas y las gaseosas. Veamos nomás lo que pasa con los derechos de las diversidades sexuales, coartados por los gobiernos secularmente al son del sector ultra de la iglesia católica. Y en ese terreno el silencio predomina. ¿Los “liberales” perdieron la capacidad de indignación? O veamos qué pasa con el uso de métodos anticonceptivos que no se brindan en el sistema de salud pública por presiones de la moral conservadora.
Cómo no vemos igual alboroto cuando se permite que las AFP dispongan de nuestros ahorros coactivamente. O cómo no lo vimos cuando se utilizaron cientos de millones de dólares para salvarle el pellejo a unos cuantos banqueros que no sólo debieron quebrar sino pagar algún tipo de culpa penal. O cuando nos clavan impuestos para subsidiar algún proyecto de inversión privado.
Y no me vengan con que se trata de gritar fuerte a pesar de ser conscientes de que es por un asunto menudo, porque es de naturaleza ejemplar y sirve para hacer sentir que los ciudadanos peruanos no tolerarán que el Estado recupere protagonismo. Lo creeríamos si el tenor fuese el mismo frente a todo afán colectivista.
En el fondo, valga este epílogo, la gran batalla liberal del presente no es contra el populismo, sin dejar de ser ésa una pelea que hay que dar. Es contra el uso y abuso del mercado por parte de las grandes corporaciones empresariales (revísese, por ejemplo, lo que pasa en el sector pesquero o en el farmacéutico). Pero al respecto mutis total. Quizás ello sea demasiado pedir para nuestros liberales de primera generación, a quienes seguramente en adelante se les erizará la piel transidos de orgullo rebelde al darles a sus retoños golosinas, creyendo que al hacerlo participarán del fragor de una gesta disidente o un ejercicio de desobediencia civil frente a la garra totalitaria. En fin.
Juan Carlos Tafur
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