Original de Revista Velaverde
10 de junio de 2013
Escribe juan Carlos Tafur
“EL CÍRCULO MILITAR QUE QUIERE CAPTURAR A OLLANTA HUMALA BUSCA, PRECISAMENTE, LA ATMÓSFERA DE IMPUNIDAD PORQUE CREE QUE ASÍ SE PUEDE MOVER MÁS EFICIENTEMENTE. EN ESA PERSPECTIVA, EL INDULTO A FUJIMORI ERA SOLO UN PRETEXTO PARA SEGUIR AUMENTANDO SU PODER. LOS DEMÓCRATAS DEBEN CELEBRAR, POR ELLO, SU DERROTA”.
Hay que saludar que el ala civil democrática del actual régimen se haya podido imponer al sector militar autoritario. El tema del indulto a Fujimori era el último terreno de batalla entre los dos entornos que rodean al presidente Ollanta Humala, quien de por sí se debate permanentemente entre la querencia por su institución matriz y el grupo que, nombres más nombres menos, lo condujo al triunfo electoral.
Era un secreto a voces que diversos portavoces del ala castrense propendían al indulto y que sostenían, inclusive, reuniones fluidas con allegados a Fujimori. En el fondo, eran conscientes de que dar ese paso hubiese supuesto una ruptura frontal de Palacio con el grupo civil al que ellos se enfrentan encarnizadamente. Y sabían que ello hubiese conducido a Humala a una alianza inevitable con la derecha fujimorista, un pacto que iba a ir más allá de la decisión puntual respecto de la carcelería del exmandatario.
Este sector quería que Humala estableciese un pacto con el fujimorismo para que, a cambio del indulto, pudiese gozar de un respaldo político inmenso, merced al cual hoy estaría allanado el camino a la pretensión de elegir a Nadine Heredia el 2016 y hoy mismo ya estaría cocinada la inhabilitación de Alan García (¿o alguien cree que el fujimorismo se habría hecho pucheros en contribuir a ello si liberaban a su líder?). Humala no solo ha tomado, pues, una decisión respecto al indulto. Son varios los temas que parecen haberse definido esta semana. Felizmente esta vez el presidente ha ido en el sentido correcto.
Lo estaban conduciendo al abismo. Si Ollanta Humala hubiese cedido a la presión política y ciudadana que proponía el indulto injustificado de Alberto Fujimori –porque hay que reconocer que la mayoría lo avalaba–, lejos de tranquilizar al país y consolidar el extraordinario proceso social, económico e institucional que la sociedad peruana transita, lo hubiera hecho estallar por los aires. Humala hubiese roto el consenso precario, pero consenso al fin y al cabo, que el país disfruta.
Es doloroso, sin duda, que un presidente que contribuyó decisivamente a que las dos grandes calamidades que nos amenazaban en los 90 –el terrorismo y el caos económico– fueran superadas, esté hoy encarcelado, pero eso no es un atenuante. Por el contrario, será un agravante en el juicio histórico que deberá hacerse de esa década (si el modelo se ha logrado preservar, ha sido a pesar de un ánimo social adverso surgido, en gran medida, de la herencia nefasta que nos legó Fujimori al haber roto la institucionalidad democrática y haberse zurrado en las cautelas mínimas de la moral pública).
En los últimos meses la sombra militar alrededor de Palacio avanzaba a paso triunfal. Basta revisar la separata de normas legales del diario oficial para darse cuenta que ganaba poder sin freno. La cada vez más precaria presencia del premier Juan Jiménez era el mejor síntoma de ello. Hasta hace unas semanas era casi un holograma. Todo eso ha cambiado o, al menos, ha sido puesto entre paréntesis, no se sabe por cuánto tiempo. Al trabajo político realizado especialmente por el propio Jiménez y el ministro de Defensa, Pedro Cateriano, se debe en cierta medida que el presidente Humala haya detenido la espiral militarista.
Mal que bien, la cárcel de Fujimori constituye un recuerdo permanente a nuestros gobernantes de que hay cosas que no se pueden hacer y que el poder es efímero y se evapora más pronto que tarde. El círculo militar que quiere capturar a Ollanta Humala busca, precisamente, la atmósfera de impunidad porque cree que así se puede mover más eficientemente. En esa perspectiva, el indulto a Fujimori era solo un pretexto para seguir aumentando su poder. Los demócratas deben celebrar, por ello, su derrota.
JUAN CARLOS TAFUR
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