La reconquista de Chile
1970
Santiago de Chile
Santiago de Chile
Paisaje después de las elecciones
En un acto de imperdonable mala conducta, el pueblo chileno elige presidente a Salvador Allende. Otro presidente, el presidente de la empresa ITT, International Telephone and Telegraph Corporation, ofrece un millón de dólares a quien acabe con tanta desgracia. Y el presidente de los Estados Unidos dedica al asunto diez millones: Richard Nixon encarga a la CIA que impida que Allende se siente en el sillón presidencial, o que lo tumbe si se sienta.
El general René Schneider, cabeza del ejército, se niega al golpe de Estado y cae fulminado en emboscada:
-Esas balas eran para mí -dice Allende.
Quedan suspendidos los préstamos del Banco Mundial y de toda la banquería oficial y privada, salvo los préstamos para los gastos militares. Se desploma el precio internacional del cobre.
Desde Washington, el canciller Henry Kissinger explica:
Desde Washington, el canciller Henry Kissinger explica:
-No veo por qué tendríamos que quedarnos de brazos cruzados, contemplando cómo un país se hace comunista debido a la irresponsabilidad de su pueblo.
1972
Santiago de Chile
Santiago de Chile
Chile queriendo nacer
Un millón de personas desfilan por las calles de Santiago, en apoyo a Salvador Allende y contra los momios burgueses que fingen que están vivos y fingen que son chilenos.
Pueblo en fuego, pueblo rompiendo la costumbre de sufrir: en busca de sí, Chile recupera el cobre, el hierro, el salitre, los bancos, el comercio exterior y los monopolios industriales. También se anuncia la próxima nacionalización de los teléfonos de la ITT. Se pagará por ellos lo poco que la ITT dice que vales, en sus declaraciones de impuestos.
1973
Santiago de Chile
Santiago de Chile
La trampa
Por valija diplomática llegan los verdes billetes que financian huelgas y sabotajes y cataratas de mentiras. Los empresarios paralizan a Chile y le niegan alimentos. No hay más mercado que el mercado negro. Largas colas hace la gente en busca de un paquete de cigarrillos o un kilo de azúcar; conseguir carne o aceite requiere un milagro de la Virgen María Santísima. La Democracia cristiana y el diario “El Mercurio” dicen pestes del gobierno y exigen a gritos el cuartelazo redentor, que ya es hora de acabar con esta tiranía roja; les hacen eco otros diarios y revistas y radios y canales de televisión. Al gobierno le cuesta moverse: jueces y parlamentarios le ponen palos en las ruedas, mientras conspiran en los cuarteles los jefes que Allende cree leales.
En estos tiempos difíciles, los trabajadores están descubriendo los secretos de la economía. Están aprendiendo que no es imposible producir sin patrones, ni abastecerse sin mercaderes. Pero la multitud obrera marcha sin armas, vacías las manos, por este camino de su libertad.
Desde el horizonte vienen unos cuantos buques de guerra de los Estados Unidos, y se exhiben ente las costas chilenas. Y el golpe militar, tan anunciado, ocurre.
Allende
Le gusta la buena vida. Varias veces ha dicho que no tiene pasta de apóstol ni condiciones de mártir. Pero también ha dicho que vale la pena morir por todo aquello sin lo cual no vale la pena vivir.
Los generales alzados le exigen la renuncia. Le ofrecen un avión para que se vaya de Chile. Le advierten que el palacio presidencial será bombardeado por tierra y aire.
Junto a un puñado de hombres, Salvador Allende escucha las noticias. Los militares se han apoderado de todo el país. Allende se pone un casco y prepara su fusil. Resuena el estruendo de las primeras bombas. El presidente habla por radio, por última vez:
La reconquista de Chile
Una gran nube negra se eleva desde el palacio en llamas. El presidente Allende muere en su sitio. Los militares matan de a miles por todo Chile. El Registro Civil no anota las defunciones, porque no caben en los libros, pero el general Tomás Opazo Santander afirma que las víctimas no suman más que el 0,01 por 100 de la población, lo que no es un alto costo social, y el director de la CIA, William Colby, explica en Washington que gracias a los fusilamientos Chile está evitando una guerra civil. La señora Pinochet declara que el llanto de las madres redimirá al país.
Ocupa el poder, todo el poder, una Junta Militar de cuatro miembros, formados en la Escuela de las Américas en Panamá. Los encabeza el general Augusto Pinochet, profesor de Geopolítica. Suena música marcial sobre un fondo de explosiones y metralla: las radios emiten bandos y proclamas que prometen más sangre, mientras el precio del cobre se multiplica por tres, súbitamente, en el mercado mundial.
El poeta Pablo Neruda, moribundo, pide noticias del terror. De a ratos consigue dormir y dormido delira. La vigilia y el sueño son una única pesadilla. Desde que escuchó por radio las palabras de Salvador Allende, su digno adiós, el poeta ha entrado en agonía.
Memoria del Fuego III: El siglo del viento
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