La partida de Sandro es una gran pérdida, porque con él se aleja -casi definitivamente- esos sentimientos casi puros que marcaron la relación de pareja de hace dos generaciones atrás. Ese amor idílico que abrazaba a los amantes y que se ha perdido casi irremediablemente por la premura y competencia de la vida de hoy.
Luchó hasta el final, con ese espíritu indomable de su sangre gitana, pero el destino pudo más. Nos arrancó un ídolo de carácter que supo hacer vibrar los corazones de millones y que paseó su música por el mundo con una impunidad permitida solo a los dioses del pentagrama. Sandro ya es historia.
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