Perú 21
22 de enero de 2010
Autora: Patricia del Río
Una de las novelas que más me ha impactado en la vida es Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago. En ella, todos los habitantes de un país se ven afectados por una epidemia que los deja ciegos. Poco a poco, hombres, mujeres y niños van perdiendo la vista y, con ella, su humanidad. A medida que avanza el mal, el miedo se apodera de los seres humanos, que van dejando salir lo peor de sí mismos con la excusa de la supervivencia: las mujeres son obligadas a prostituirse a cambio de comida. La higiene se pasa por alto y todos hacen sus necesidades en donde les plazca. Es tal el grado de animalización que alcanzan los personajes que Saramago, en un rapto de genialidad, no les asigna nombre propio. Los identifica por su profesión (el oftalmólogo) o por sus características (el niño estrábico), pero no los nombra.
El recuerdo de los ciegos de Saramago me ha perseguido toda la semana. Las tristes noticias que nos llegan de Haití me han remitido inmediatamente a la deshumanización que acarrea toda desgracia de esta magnitud. Hemos pasado de las de-sesperantes historias de sobrevivientes agonizando bajo los escombros a los aún más espeluznantes relatos de saqueos y vandalismos. Hemos visto cómo algunos haitianos han pagado una botella de agua con su propia vida y hemos asistido, horrorizados, a linchamientos , éxodos masivos y llantos de locura. Las cifras, todavía no oficiales, nos hablan de 500 mil personas sin techo, de por lo menos 75 mil muertos y de más de 250 mil heridos. El Estado casi ha desaparecido y la prensa internacional se ha atrevido a decir, no sin razón, que Haití ya no existe.
Hay, sin embargo, una banalización de la muerte que nos vuelve a los que consumimos esta tragedia, desde la comodidad de nuestros hogares, más inhumanos que aquellos que luchan por no morirse. En la era de la súper información recibimos, por todos los medios, crudas imágenes de camiones amontonando cadáveres. Pasan los días y estas estampas de horror nos empiezan a parecer normales, y ni siquiera nos escandalizamos cuando los reporteros hacen sus despachos usando las pilas de cuerpos hinchados como telón de fondo. Como señala David Trueba, del diario El País, el peligro del efectismo sin sustancia, del abuso de la emoción, es que la información termina degenerando en indiferencia. Y esa noticia que antes captaba toda nuestra atención, hoy se vuelve predecible y aburrida.
Entre los ciegos de Saramago hay un personaje que nunca pierde la vista: la mujer del oftalmólogo. Es su mirada la que nos narra esta historia de horror, pero también la que les devuelve esperanza a los que luchan por no sucumbir a la locura de la ceguera. En estos momentos, todos somos la mujer del oftalmólogo, y nos toca sobre Haití una mirada responsable, porque estamos evidentemente ante un drama que durará muchísimo más que nuestra indolente curiosidad.
Si te interesó puedes descargar el libro Aquí:
Ensayo sobre la ceguera- José Saramago
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