miércoles, 29 de septiembre de 2010


Villarán y las carencias de la izquierda peruana


El sociólogo Carlos Meléndez del blog El Jorobado de Notre Dame, escribió hace dos años un interesante estudio sobre las taras históricas que ha envilecido a la Izquierda peruana. El artículo completo salió publicado en el número 171 de la revista QuéHacer con el título "Muchachito del ayer", causando todo un revuelo entre la intelectualidad limeña que vió expuesta al escudriño "de las masas" sus  demonios y abofeteadas tesis que solo han traído atraso y dolor entre quienes dicen representar.
En el marco de la actual contienda electoral, plagada de himnos al poto y de digitadas campañas de demolición, cabe refrescar la memoria de los electores con análisis e información que los ayude a tomar una decisión atinada sobre quien dirigirá el futuro de su comunidad.
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Muchachito del ayer (o en qué se equivoca la izquierda en el Perú)
Por Carlos Meléndez*Revista QuehacerOctubre de 2008
La izquierda fracasó en el Perú. Solo durante la década de 1980 estuvo cercana al éxito electoral que le hubiese permitido acceder al gobierno. Fue un proyecto trunco que terminó devorado por las disputas internas de un frente lo suficientemente amplio como para traicionar sus propias convicciones pluralistas, y por un elitismo que lo alejó de lo que con pretensión llamaban sus bases. La constatación de las razones del fracaso es una tarea digna de los abundantes y reiterativos balances y talleres de izquierda, y no es el propósito de este artículo. 
Pero sí debe ser el punto de partida para cualquier reflexión sobre el futuro de esta tendencia política en el país. Se debe partir por el sinceramiento, antes que por un equivocado orgullo que no permite reconocer los errores del pasado. Lo que es peor aún es la insistencia en las mismas fallas mirando hacia adelante. El propósito de este artículo es contrastar precisamente el congelamiento de las ideas y el «calentamiento» de una realidad que ha cambiado, y que contradice e inutiliza muchos de los contumaces planteamientos de lo que condescendientemente podemos llamar la «izquierda peruana». ¿Cuáles son las propuestas que permanecen en el tiempo y no se adecúan a una realidad cambiante? ¿Qué es lo que tanto cambió en la práctica y que no consigue registrarse en la carta de navegación del progresismo peruano? Precisamente, esta incongruencia hace que la izquierda en el Perú sea una suerte de muchachito del ayer, una canción pasada de moda que solo vuelve a sonar en la «Hora del lonchecito» de una radio que apela al recuerdo; es un clásico cursi de la era del LP que solo los nostálgicos (o los especialistas) recuerdan. Mientras el mundo sigue girando bajo nuevos cánones y ritmos, el muchachito del ayer de la izquierda en el Perú conduce su auto oyendo esa vieja canción en radio Felicidad, mientras alrededor lo asfixian las combis y el reggaetón.

Reo contumaz del pasado
El muchachito del ayer (léase la izquierda en el Perú) es un prisionero de su pasado. Insiste tercamente en teoremas que han demostrado su falsedad absoluta, pero no los abandona por aferrarse a sus seguridades primarias. Ha convertido su ideología en un manual, en un checklist, y sus movimientos son la mera repetición de rutinas ensayadas una y otra vez. En seguida  presentamos algunas permanencias en el pensamiento progresista que se resisten a cambiar, aunque pasen los años.

«Las masas no se representan, participan»
El muchachito del ayer no ve individuos, ve masas. Cualquier tipo de acción colectiva es interpretada rápidamente como la génesis de una revolución. Una reunión tipo taller de presupuesto participativo, cabildo abierto, rendición de cuentas, etcétera, por más que junte a menos del 1% de la población respectiva, es leída como un paso más hacia «la dictadura del proletariado». (¿Desde cuándo la revolución se hizo con plumones y papelógrafos?, me pregunto). Ha perdido la habilidad del cálculo y ha sufrido la disminución exponencial de su público, que alguna vez abarrotaba la plaza San Martín y ahora cae con cuentagotas en los talleres de ciudadanía que organiza. Sin embargo, aún sostiene la tesis de la multitud, mientras el promotor de ONG se desespera por los «líderes sociales» que no llegan a la convocatoria.

«La política antipartido desde el sector no gubernamental»
Como corolario de lo anterior, el muchachito del ayer ha desarrollado una ética antipartido. No cree más en estructuras orgánicas, en bases, en militancia (le costó asimilar la ecuación «un militante, un voto»). Su práctica política es más comodona: reuniones para discutir sobre la coyuntura en la ONG respectiva, entrevistas-publicherrys en los medios de comunicación cercanos, boletines financiados por la cooperación internacional (gratis con La República), y que, en teoría, deberían tener un impacto en la opinión pública (una mano en el pecho: ha visto alguna vez a un taxista con su boletín de IDL… no pues, el que te hace el taxi al aeropuerto no vale). Con un par de llamadas al amigo columnista se sienten que están en medio de la vorágine política, viven con la emoción de una final de fútbol sucesos donde se juegan la vida (o acaso el sueldo) como pueden ser: el juicio a Fujimori, una votación en el Congreso, el nombramiento de un miembro del Tribunal Constitucional, o sea, el ombliguismo extremo. Todo ello bajo la justificación y la autoridad que le da «ser miembro de la sociedad civil».

La ONG resulta en muchos casos una vía para hacer política, aquella imposible luego de no haber alcanzado juntar las firmas necesarias, ni establecer los comités partidarios, ni ponerse de acuerdo con los frentes regionales («qué se han creído estos provincianos», líder de izquierda dixit), ni ponerse de acuerdo para sumar el 1%. Por eso la «sociedad civil» resulta bacán, el lugar más seguro para decir que «Fujimori es un dictador» o que «García está equivocado» (para el muchachito del ayer, nada que se haga fuera del sector no gubernamental está bien), pero su voz no tiene la legitimidad de las elecciones sino de un proyecto de desarrollo realizado con los instrumentos de la planificación estratégica.

La obsesión por la pobreza (y la evasión de la economía)
El muchachito del ayer es tan noble como una lechuga. No le importan los ricos, le importan los pobres. Es finalmente su objetivo último, su máxima inspiración. Entiéndase por pobres, eso sí, todo aquello que es marginal, que es «el otro»: «sectores populares», «indígenas», «población por debajo de la línea de pobreza», «sectores menos favorecidos», «los sin voz» (esa es mi favorita). Como «el otro» es manco, el muchachito del ayer justifica su vida en tratar de ser quien vele por el desvalido, quien saque pecho por él. Organiza convenciones, talleres, simposios, reflexiones interdisciplinarias para discutir el tema de la pobreza (en hoteles cinco estrellas). Pone en la agenda el tema de la desigualdad, de la redistribución, del chorreo… parecería que el crecimiento económico le incomodara, porque si no hay pobres, no hay chamba, ¿no?

Décadas dedicadas a la agenda de la pobreza, que ya los pobres no le creen al muchachito del ayer. O porque la agenda de un país no se basa solamente en la lucha contra la pobreza. Por eso es que ha perdido ubicación y da paso a que, por ejemplo, los sectores que alguna vez fueron su base terminen votando por Unidad Nacional. No comprende por qué Castañeda tiene tanta popularidad. Por qué no gana una elección ni en San Bartolo si es tan buena gente. Por qué a pesar de tanto conflicto social, la gente prefiere a Toledo que a Susana. Cree absurdamente que el pueblo no lo entiende, cuando es al revés.
Y no basta con decir que va a promover la inversión privada para mostrarse algo más moderado (leáse Yehude). El muchachito del ayer se especializó en un asistencialismo oenegero, se concentró en el enfoque de las capacidades (mucho Amartya Sen en las clases de economía) y solo tocó la agenda del desarrollo económico para decir que «otro mundo es posible», sin plantear un modelo alternativo serio (no basta con decir redistribución). La palabra «empresa» le es ajena, salvo que se refiera a microcréditos de organizaciones de mujeres o de paraditas del Cono Norte. Ha cambiado el capital por el «capital social», traicionando al viejo Marx.

«El tiempo pasa, nos vamos poniendo viejos…» (no me gusta la trova, es solo para que me entiendas)
La insistencia en los enunciados expuestos lo ha llevado por rutas distintas a las que se imaginaba. Quiso ir a Villa El Salvador y llegó a Miraflores, buscó la alianza entre el proletariado y el intelectual orgánico y creó al caviar, cambió el partido por la ONG, a Barrantes por Humala; ya no lee el Manifiesto Comunista, sino el blog de Susana.

De VES al Jazz Zone
Villa El Salvador fue el emblema izquierdoso de la autogestión, del desarrollo urbano alternativo, de la participación ciudadana, del empuje microempresarial. Tuvo héroes propios, fue el sueño hecho realidad del muchachito del ayer, aunque después de todo un espejismo. Azcueta acabó siendo el remedo de sus mejores años presentándose interminablemente a elecciones que perdería; sus seguidores terminaron yendo a Unidad Nacional y/o al fujimorismo; miembros de la familia Moyano ahora defienden a Fujimori; y Lourdes Flores gana las elecciones en ese distrito.

El distrito limeño donde mayor votación porcentual sacó la izquierda en las elecciones presidenciales del 2006 fue el pituco Miraflores. El Jazz Zone, asociado a la familia Villarán, ha terminado siendo el centro de operaciones del muchachito del ayer. En veinte años no es que la izquierda haya cambiado de público objetivo, sino que objetivamente su público cambió. Su ausencia de las zonas populares evidencia aún más su elitismo, su política de vecindario miraflorino, que no sabe cómo hablarle a lo que denomina «ciudadano de a pie» (término que me resulta despectivo, sinceramente).

Del intelectual orgánico al «caviar»
En realidad el elitismo no es problema alguno, si este tiene una capacidad de vinculación y dirección de un proyecto político. El muchachito del ayer, heredero de las lecturas de Gramsci, apeló ciegamente a la figura del intelectual orgánico, aquel militante político con un pie en las lecturas marxistas y el otro en el proletariado, el articulador, el vínculo, la bisagra entre la teoría y la práctica, a cuya imagen muchos de nuestros conocidos dejaron las aulas universitarias (es por ello que recién andan sacando maestrías y doctorados) y se entregaron a la vida de los sindicatos pesqueros en Chimbote, a las minas altoandinas de Cusco, empuñaron sus armas en silencio creyendo en la «tercera vía» (no la de Giddens, por si acaso) en Puno, se mudaron al monte, al cerro, a Independencia.

Pero el sindicalista se cansó de esperar y regresó y se convirtió en columnista, el ex guerrillero se sintió estafado por sus camaradas que en Lima esperaban la revolución sentados en el Congreso y ahora son expertos en materia de seguridad; algunos encontraron un modus vivendi en las provincias, ya sea como asesores eternos de gestiones públicas o promotores resignados de ONG. El intelectual orgánico desapareció, se esfumó y quizá ahora solo vive en las lecturas de las nuevas generaciones que aún se emocionan al escuchar Maza de Silvio Rodríguez.

Precisamente al desconectarse de las «masas», y mantener el estatus intelectual, se produce la figura del izquierdoso elitista, limeño, que apela a valores progresistas e igualitarios, habla por quiénes quisiera representar y no representa porque vive alejado de ellos, porque no puede, lo cual lo lleva a la vorágine del círculo vicioso en el que solo existen los que se parecen a él. El polémicamente llamado «caviar» es la consecuencia del intelectual orgánico que no cumple su función articuladora, el recluido en las lecturas que no sabe cómo salir de ellas, el que ha perdido el diccionario que traduce el pensamiento progresista al lenguaje cotidiano. Es la soledad del que no ha sido invitado a la fiesta que todos van.

De Barrantes a Humala
El muchachito del ayer no ha podido exorcizar al fantasma de Barrantes, porque fue precisamente el que más réditos le dio (y al que menos quiso). Barrantes traicionaba los valores fundamentales del izquierdoso zanahoria, de acuerdo con sus detractores: autoritario, politiquero, pragmático, racional. Sin embargo, tuvo algo que nadie más ha tenido en la izquierda: arrastre popular. Voz pausada pero cachosa, iba por la vida con la humildad de un droopy en su escarabajo, el abogado pequeño, cercano, sin pretensiones ni en el apellido ni en el color de piel. Es hasta ahora insuperable electoralmente. Mucha gente votó por la izquierda (en serio, hermano, te cuento lo que pasó en mi barrio) porque simplemente confiaba en él. ¡Cuán lejanos aparecen Yehude, Huaroc, Diez Canseco, Francke…! El carisma y la llegada no se consiguen en cafés ni en cócteles.

Precisamente, ese es un factor que no termina de asimilar el muchachito del ayer. Utilizando la metodología de los estudios culturales (un testimonio explica una teoría), ejemplificaré este argumento: en el año 2006, un ex dirigente intermedio de izquierda de un «pueblo joven» me dijo que no estaba ni en el PDS ni en PS por dos motivos: i) porque son unos «malagradecidos», ii) porque la gente nunca votará por ellos. A la segunda razón —que es la que quiero tocar en este acápite— le pregunté por qué y me dijo porque «simplemente ninguno tiene apellido peruano» (sic). Un claro «contigo a la distancia» que no comprende el muchachito del ayer y se engaña pensando que porque aún tiene comadres en San Juan de Lurigancho, seguirán votando por él.

El muchachito del ayer no interpreta el factor liderazgo dentro de su propuesta política. Por eso le cuesta comprender, a pesar de encuestas y grupos focales, que la gente vota por caracteres fuertes, queramos o no. No por aquel que viene con discurso deliberativo, ni con propuestas de «manos blancas» o de «rostro humano», sino que inspire orden y autoridad, como fue el caso de un advenedizo Ollanta Humala. Quizá solo aquellos que lo siguieron (y fueron criticados por eso) son los que menos equivocados están.

Del Manifiesto Comunista al blog de Susana
El muchachito del ayer se ha olvidado de los textos fundamentales, pero sobre todo del estilo de estos. El Manifiesto Comunista era, ante todo, un medio de divulgación, una suerte de comunismo para dummies que se distribuía a las salidas de los complejos industriales para que el obrero comprenda el sentido de la historia, de la lucha de clases y el capitalismo. Era el referente, tanto para la élite intelectual como para el jornalero de ocho horas.

El muchachito del ayer ahora consulta todas las semanas el blog de Susana, las columnas de Javier Diez Canseco y los planteamientos que cada cierto tiempo Pedro Francke hace a través de correos electrónicos. Estos argumentos se convierten en una suerte de catequesis, de oraciones que se tienen que memorizar, pero que siempre se traicionan en los pecados cotidianos. No son análisis, sino buenas intenciones. No traducen los procesos sociales a la cotidianidad, sino se inventan escenarios que no suceden. No le hablan al ciudadano promedio, sino al que el autor quisiera que existiera. Piensan que en el esbozo de unas cuantas ideas (consultadas previamente entre sus amigos) se resuelven los problemas del mundo, cuando estos ni siquiera se abordan.

No eres tú, soy yo: o del problema del indio al indio sin problemas
La reflexión izquierdista en el Perú contemporáneo empezó cuando se planteó «el problema del indio» a inicios del siglo XX. Hoy, diríamos, el indio no tiene problemas. O mejor dicho, los problemas son otros. O más aún: el indio ya no es indio. Sin embargo, no puedo dejar de percibir ese halo paternalista con el que se inició el debate de la izquierda en el Perú:¿Qué hacemos con el indio, qué hacemos con los pobres, qué hacemos con los «otros»? El fantasma que recorre el siglo XX peruano (para la izquierda) no es el comunismo, sino esa subordinación natural, casi esencialista, con la que se cataloga al llamado a ser el protagonista de la Historia: el pueblo. Sin embargo, el pueblo cambió, y mucho, y el muchachito del ayer parece no darse cuenta.

¿Acaso el muchachito del ayer está preparado para hablarle políticamente al mototaxista, al vendedor informal, al trabajador de service para las mineras, al profesor egresado de instituto pedagógico? Si el APRA como opción política parece haberse quedado en el escenario de un país preajuste, el muchachito del ayer no parece haber avanzado más, con el agravante de que ya no existe como opción política. Es que el discurso izquierdista de la preeminencia de los derechos sociales, del desarrollo a partir de las capacidades, de la participación y la deliberación como formas de hacer política, no pertenecen a un país que parece estar más preocupado por otra agenda: el orden, la seguridad, la democracia como sistema, por el crecimiento económico.

El muchachito del ayer es un terco enamorado de un pueblo que no le da bola, que no entiende las canciones de la «Hora del lonchecito», porque seguirá prefiriendo opciones distintas (Fujimori, Toledo, un García derechizado, quizá Kouri o un Castañeda). El muchachito del ayer es buena gente, pero no es su tipo, así de simple. Es un amigo bacán, un «buena gente», pero no apostaría por él. El país no anda in the mood para la izquierda desde hace un buen rato. Y contra la voluntad del pueblo, simplemente no se puede. «No eres tú, muchachito del ayer, soy yo».
Desco / Revista Quehacer Nro. 171 / Jul. – Set. 2008

* Carlos Meléndez estudió sociología en la progresista facultad de sociales de la PUCP, pero desde hace dos años ha pasado al lado oscuro de la ciencia política imperialista, neoliberal y reaccionaria. Hasta hace muy poco, tenía como hobbie escribir en un blog (http://jorobadonotredame.blogspot.com), el cual cambió por dedicarse a la teoría de juegos, al Maximum Likelihood Estimation y a organizar fiestas latinas en el Midwest de los Estados Unidos.

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