La música, es una herramienta emocional que acompaña a los pueblos desde épocas inmemoriales. Sin música, sin ese compás y acordes que reinventa el sentir de la gente, no existiría ese desfogue que requiere toda sociedad para mantener cuerdos y acoplados a sus componentes. La música diluye los sentimientos encontrados y los unifica, a tal punto, que los convierte en algarabía y símbolos de unión. Las melodías vienen incrustadas de vivencias, añoranzas, a la vez que desestreza el alma, muchas veces compungida por los vaivenes de la vida dura al interior del país.
Por eso es que es imposible encontrar un pueblo que no tenga fiestas que celebrar y música que lo identifique. Pero cuando se emigra a otra ciudad, el recuerdo de esa música se potencia, a la vez que se entremezcla con la nueva cultura que los acoge. Es así que el poblador andino, selvático, norteño o provinciano cuando llega a la capital, trae tras de sí sus costumbres y melodías.
Primero existió el huayno y las danzas de los pueblos profundos, esos con arpas, violines, instrumentos de caña, y luego potenciados con guitarras y vientos (principalmente en el centro del país). Dicha sonoridad aún perdura, pero se va perdiendo en el fervor popular cediendo paso a ritmos nuevos entremezclados con acordes contemporáneos que expresan también vivencias y sentimientos nuevos.
Haciendo un poco de historia reciente, podemos decir que a Lima, llegaron los grandes exponentes del huayno serrano, allá a mediados de los 60s. Consolaban y acompañaban a los primeros migrantes de la sierra de Ancash, Huancayo, Ayacucho, Apurímac, y demás pueblos del Perú profundo que se atrevieron a llegar a la capital buscando un mejor destino. Pero eran despreciados por ese abierto racismo limeño, inculcado por la ignorancia y la mediocridad de los primeros mestizos con alma de virreyes. Los provincianos fueron empujados a formar especies de guetos en donde se difundía la música y danzas andinas, selváticas y toda expresión bautizada por los estudiosos de la época como folklore. El lugar más reconocido donde se desarrollaron apoteósicas tardes provincianas es el antiguo coliseo del Puente del Ejército. Por su parte, los discos LP y simples eran vendidos en kioscos del Parque Universitario, cuyas carátulas mostrando desenfundadas piernonas disfrazadas de andinas, servían de atractivo para adquirirlos. Camucha Negrete y una joven Amanda Portales mostraron sus piernas y rostros para deleite de aquellos varones que transitaban por los alrededores del céntrico parque.
A fines de los 60 e inicios de los 70s, esa sonoridad principalmente andina en Lima recobra un nuevo matiz y se desarrolla la cumbia andina o también llamada “cumbia tropical andina”. Su principal gestor y brillante exponente fue Enrique Delgado Montes y su grupo “Los Destellos”. Él, salido de la escuela nacional de música, marca las pautas sonoras para lo que después sería un fenómeno musical hasta convertirse en un género nacional. Su música recoge acordes andinos (de los antiguos huaynos) y los mezcla con el ritmo de la cumbia tropical que se escuchaba en las fiestas de las quintas y solares limeños de la época y que se diferenciaba por el uso de saxo y demás instrumentos de viento y que más se acercaba al ritmo tropical caribeño.
Paralelamente, nacían grupos de música tropical con las novedosas guitarras eléctricas y los nacientes sintetizadores, tales como Compay Quinto (el creador del tema “El diablo”), Pedro Miguel y sus Maracaibos, Manzanita y su conjunto; luego saldrían, para competir con Los Destellos, los hermanos Cuestas y Los Ecos, el Grupo Naranja del norte del país, los Sanders de Ñaña, los Ilusionistas de Walter León, Los Beta 5, los Pasteles Verdes de Chimbote, Juaneco y Los Mirlos en la Selva y otros de menor fama.
Años después, a mitad de los 70s, surgió otra corriente musical que reflejaba los sentimientos de los arrabales de Lima, de aquellos sectores populares caídos en desgracia, que se entremezclaban con el lumpen citadino. Es así como surge Chacalón, quien se había emancipado del Grupo Celeste dirigido por el notable músico y compositor Víctor Casahuamán. Es a raíz del frenesí y descomunales peleas que se suscitaban en los conciertos chacaloneros, que la música tropical andina, ahora englobada en el término Chicha, pierde prestigio y es arrinconada por años al paredón extracultural, como si se tratara de un fenómeno sub urbano propio de los desclasados y parias.
Iniciados los 80s, el género musical recobra vida con la llegada de grupos como Pintura Roja que incluía a damas en la agrupación y sonoridad de la música popular Chicha. Surgen los Shapis, con un estilo nuevo, apegado a la sonoridad serrana del centro del país. Su fama se dispara a la inmensidad por su peculiar estilo, pero, más que nada, por recoger en sus canciones letras con vivencias citadinas del sufrido provinciano que se esfuerza por abrirse campo pese a las adversidades. Todo un boom que se fue apagando con la llegada de nuevos ritmos que se fusionaron para exponer nuevas vertientes de la popular música Chicha.
Proseguirá en la segunda parte………
Saludos. Me interesa conocer una direcciòn segura de Josè Rodriguez Elizondo, para escribirle. Como escritor, me ha impresionado muy bien. Espero sus noticias. Gracias.-
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