viernes, 7 de enero de 2011
PAÍS DE PENDEJOS
Medio Perú se quedó pasmado al ver a un chofer de bus interprovincial filmado manejando, seguramente a más de 100 km por hora, mientras comía de un taper algún alimento extra que suelen obsequiarle los dueños de restaurantes del camino.
Si juntáramos los videos caseros de avisados ciudadanos, espadachines solitarios de lo lógico en un país que se precia de civilizado, completaríamos un documental de una sociedad minada por una plaga de “achorados” y sinvergüenzas, que hacen lo que les viene en gana, en las narices de las autoridades. Y eso que aun nadie ha filmado a decenas de choferes de combis, cousters y taxis que luego de almorzar se atreven a dormir una siesta entrecortada por los leds en los semáforos de la ciudad.
Quién no ha tomado un taxi y a medio viaje se ha dado cuenta que el conductor esta chateando con su celular o leyendo un periódico, cuando debería estar atento a las incidencias del caótico transito limeño. En fin, son incidencias del diario devenir de nuestra ciudad, plagada, para su mal, de estos desquiciados al volante que juegan a diario a la ruleta rusa, solo que en lugar de ponerle balas a la pistola, exponen ciudadanos cansados de clamar por cordura y seguridad.
Mientras tanto, la ciudad continúa desguarnecida. Los policías, que deberían prevenir el delito en las unidades motorizadas que el Estado les otorga, con su respectivo presupuesto de gasolina, o están estacionados en una sombrita o simplemente permanecen en sus cuarteles. Todo con el oscuro afán de ahorrar la mayor cantidad de combustible y repartirse lo presupuestado.Y todo esto en las narices de los organismos contralores, llámese Inspectoría de la Policia, etc, etc,etc.
O bien están haciendo retenes de autos en zonas escondidas para extorsionar a quienes carecen de algún elemento dictado por los reglamentos de transito, o abandonan la ciudad para jugarse una pichanguita (con “fulvaso” incluido) como acaba de registrarse en Trujillo. Toda una vergüenza.
Mientras tanto, la ciudad se desangra con las arremetidas de las pandillas y los crueles asaltos de los “marcas”, convenientemente agazapados en las afueras de las agencias bancarias sin que nadie se atreva a interferir en sus intenciones. A parte, las bandas de delincuentes de menor rango afinan sus planes, en esquinas, bares y restaurantes que la policía conoce pero desiste en intervenir por oscuros intereses.
A estas alturas, solo cabe aguardar que Dios nos coja confesado, o que a algún iluminado se le permita cambiar las cosas, de lo contrario esa sólida y publicitada macroeconomía de la que el país goza, será socavada por la inseguridad que provoca la actitud de ese puñado de gente de mierda que parece haberse propuesto hacer de la ciudad un caos a su medida, perjudicando a millones de ciudadanos que se esmeran por prosperar en medio de la adversidad.
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