martes, 7 de diciembre de 2010


Rehenes de Gamarra




Este es el video sin editar que ninguno de los canales se atrevió a retransmitir de los sucesos en el Banco Continental del jirón Gamarra. En él se aprecia, en primer  lugar, la valiente performance del videoreportero Romel  Álvarez  de Panamericana Televisión, a la vez que sus imágenes resumen las horas de terror vividas en ese  recinto. También perenniza el desasosiego, el miedo y  la violencia que una sociedad  hacinada y sin orden es capaz de anidar en la mente de un joven desbocado y sin rumbo.

El camarógrafo supo retener su posición privilegiada pese a los varios intentos de los agentes SUAT por desalojarlo. Se hizo pasar como hombre de “inteligencia” y así pudo captar éstas escalofriantes imágenes, con primeros planos que detallaban el dolor y sufrimiento de los sobrevivientes, mientras que la vida de su verdugo se extinguía en las frías losetas de la agencia bancaria.

Una historia inédita

Había pasado apenas el mediodía del viernes 3 de diciembre y el emporio comercial de Gamarra se aprestaba a retomar su vértigo. Los cambistas afincados en la vereda del céntrico Banco Continental  (ubicado debajo de la gigantesca galería “Guisado Hnos” ), con sus conocidos  chalecos verde fosforescente, contaban maniáticamente sus billetes como llamando en un rito inconsciente a sus clientes. Nadie presagiaba que la monotonía iba a ser rota tan violentamente.

Sucedió en segundos. Cambistas  y transeúntes solo vieron salir despavoridos a dos policías y varios civiles de la puerta principal que se cerraba desde dentro con una sonora cadena.

Horas antes un dispositivo especial de seguridad e inteligencia se había desplegado por las 40 manzanas que conforman la zona comercial más pujante del país. Justamente,  las fuerzas de seguridad esperaban alguna acción llamativa de los remanentes senderistas en la capital ya que ese día era el  cumpleaños de su líder histórico, preso en la base naval del Callao. Por la zona, decenas de policías estuvieron pidiendo documentos a los que consideraban sospechosos.

Tarde de perros

Un alucinado asaltante había ingresado al recinto, cargado con dispositivos electrónicos, una pistola y un maletín bomba. Era un suicidio planificado. Se había cubierto el rostro prolijamente para que nadie lo reconociera en las imágenes de las cámaras de seguridad y pudieran interferir en sus planes utilizando a conocidos y familiares para hacerlo cambiar de actitud.

Sus delirios, fracasos consecutivos y  frustrados afanes de reconocimiento juvenil  habían mellado su psiquis. Su mundo se había derrumbado y con él sus afanes inconscientes de vengarse de una sociedad que nunca lo albergó llegaron a su pico más alto. Sus años en la milicia solo le sirvieron para cristalizar sus afanes violentos anidados en su alma desconsolada.

Lo demás es historia conocida. Un certero disparo en la sien acabó al fin con su pesadilla y la tarde de terror que había planificado macabramente. Más de treinta personas sobrevivieron al infierno desatado por aquel enajenado muchacho provinciano al que su madre le puso como nombre un apellido y  la dura realidad capitalina se encargó de expectorar en una tarde de perros.

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