viernes, 3 de diciembre de 2010
El alcalde y las chalinas
Por Gustavo Gorriti
Fuente: revista Caretas
02 de diciembre de 2010
De acuerdo con el lenguaje de sus acciones, porque del verbal apenas se le conoce el silencio, Antonio Meier, el todavía alcalde de San Isidro, considera que la historia del Perú asusta a los niños de su distrito. Lo que le falta es pedirle a Disney que la transforme.
El asunto es tan absurdo que uno vacila entre la indignación y la risa. Es la farsa que se alucina drama, el cretinismo con aires solemnes.
El primer acto fue el día jueves 25. La muestra sobre la chalina de la esperanza se inauguró en la biblioteca de la municipalidad de San Isidro. El trabajo estuvo a cargo de un colectivo de dos fotógrafas y una periodista, que escogió un nombre: Desvela, sugerente a la vez de insomnios y revelaciones. Paola Ugaz, Morgana Vargas Llosa y Marina García Burgos tuvieron la idea de que las miles de memorias heridas, los lutos que oscurecen la supervivencia, las desapariciones que se clavan en el recuerdo, pudieran tejerse y así, punto a punto, reconstruirse para dejar de penar.
Tuvieron la idea, según entiendo, al cubrir el trabajo de antropología forense en Putis y hablar con los sobrevivientes. Y así fueron conociendo otros y otros casos. Hablar con una madre cada vez más anciana, que recuerda a su hija eternamente joven, tal como era el día que la vio por última vez, y que sigue pensando en encontrarla porque no la pudo despedir. No una, decenas, centenares de casos de vidas en las que todo se marchita menos el dolor.
Así que las animaron a tejer sus recuerdos y sus casi siempre imposibles esperanzas en chalinas individuales. Luego las unieron en un tejido que se hizo una muy larga fila de memorias, de nombres, de vidas, al fin juntos.
El colectivo se desveló de veras para montar la muestra. Estuve en la inauguración y, como casi todos los muchos asistentes, quedé impresionado por la enorme fuerza de representación de ese tejido multitudinario. “Ahí está mi hijo”, señaló una señora un retazo de la chalina donde estaba tejido un nombre y una fecha ya lejana. La noté conmovida pero sin la pena de estar sola. La memoria que ella no dejó de recordar y buscar ni por un día, estaba ahora abrigada y no estaba sola.
Al fondo, en una pantalla grande, se sucedía una muestra de las fotos más representativas de los años de violencia. Ahí estaban fundamentalmente las fotos de Óscar Medrano y también había varias de Vera Lentz, Carlos Bendezú, Morgana Vargas Llosa y Marina García Burgos.
Y así terminó el acto del jueves por la noche.
El viernes sacaron el televisor y cancelaron el video y el audio. Lo hizo María Paz Ortiz de Zevallos, una funcionaria de la municipalidad que actuó por orden de Antonio Meier.
El sábado por la mañana, Paola Ugaz fue a ver cómo iba la muestra y se encontró con que no solo habían sacado toda la exposición de fotos y de audio sino que habían puesto barreras para que no se pudiera ingresar a la muestra de chalinas.
Ese día y el domingo fue creciendo el escándalo. El domingo por la noche hubo una reunión final del Colectivo con Ortiz de Zevallos quien repitió que la orden de Meier había sido retirar la muestra de fotos porque, según dijo, “los niños son los principales afectados”. Dijo además, según una de las participantes en la reunión, que las fotos “eran tendenciosas” y que debieran haber sacado a señoras tejiendo bucólicamente.
El lunes, con algunos incidentes entre periodistas y miembros de seguridad municipal, las organizadoras retiraron la muestra, que logró un record doble: la chalina más larga exhibida por el período más corto.
Eso es lo que pasó. Y el incidente me hizo recordar y extrañar a Hubert Lanssiers, filósofo, maestro, noble capellán de prisiones: “A mi una cosa que me resulta muy cansadora”, me dijo en una entrevista, “es luchar contra la imbecilidad. Tú puedes luchar contra la maldad, que tiene una cierta lógica, pero contra la necedad es imposible. El tipo esta cerrado, sin grietas, sin fallas”.
¿Qué consejo se le puede dar a un necio militante? ¿Qué puede hacer para que no se le asusten los niños?
¿Por qué no les enseña nuestra historia interpretada por el ratón Mickey, el pato Donald, el perro Pluto y la vaca Clarabella? ¿Un solemne Tribilín despachando en la alcaldía?
Junto con la corrupción, uno de los grandes problemas en el país es el de la expansiva estupidez. Que se siente digna y respetable en su momento más cretino.
Es verdad que la desinformación de individuos como Rafael Rey, que han atacado el derecho a la verdad para reemplazarlo por supercherías, ha persuadido a algunos simplones y estimulado a otros cínicos.
Pero sostener, como hizo Meier a través de su funcionaria, que las fotos de Óscar Medrano, que retrató al país en su hora más trágica y recogió las luctuosas imágenes de los hechos de la guerra con una visión permeada por el respeto a las personas y el cariño por su pueblo ayacuchano, deben ser censuradas porque asustan a los niños, solo me indican que quizá no solo es improductivo sino excesivo criticar al aún alcalde. A algunos les cuesta llegar a ser inimputables. A otros les sobra la vocación.
Si alguna utilidad emerge de este patético episodio, debiera ser la decisión –ojalá que de la inmensa mayoría– de reclamar el derecho a la verdad; de superar la pugna estéril de grupos y sectores por imponer una versión de la historia antes que la búsqueda de la verdad de los hechos pasados.
Hacerlo ya es lo suficientemente difícil. Tener que pelear por el derecho a investigar, descubrir, revelar, es inaceptable. La verdad puede ser incómoda, pero es una, no varias. Y por dura que sea, enseña. Esconderla tiene, en el medio y largo plazo, un precio mayor que la ignorancia.
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