04 de diciembre de 2011
Fuente original La República
Escribe Jorge Bruce
Ni a Laura Bozzo se le hubiera ocurrido poner en escena el acto protagonizado ante las cámaras por el teniente Vergara de la PNP: comerse un billete de 200 soles, producto de una coima, mientras sus captores intentaban detenerlo. Miraba la escena en Youtube, a fin de redactar esta primera nota para las páginas de Domingo, cuya hospitalidad agradezco, y sentía una incomodidad creciente. ¿Era por lo grotesco de la imagen? Un rollizo policía motorizado, enfundado en su ceñido uniforme como un chorizo –por así decirlo– con botas y casco, forcejeaba con sus colegas de civil, mientras engullía la prueba de su corrupción: un billete extorsionado a un taxista, el mismo que lo había denunciado, harto de los abusos de este oficial que ya lo había asaltado antes.
Los otros, impotentes para detenerlo, repetían frases tan incongruentes como tautológicas: “¡Está masticando el dinero!”, “¡Está tragando, está tragando!”. Pero no se escuchaba grosería alguna, como sería de esperarse dada la intensidad emocional del momento, evidenciando su conciencia de la presencia de la cámara. Esa fue la pista para detectar el origen de mi reacción: si los policías se contenían –y por eso se les veía falsos e impostados como actores inexpertos– era porque se sabían observados. A mi vez, yo era uno de esos voyeuristas que gozaban contemplando esa obscenidad, a plena luz del día, en la puerta de una comisaría de San Juan de Miraflores.
¿Por qué obscenidad?
En psicoanálisis el dinero representa las heces. El carácter anal retentivo, por eso, es el de los avaros.
Simbólicamente, lo que estábamos viendo era a un hombre practicando la coprofagia: comer caca. Los excrementos humanos son una de las sustancias corporales más rechazadas por la civilización. De modo que ver a un sujeto, por añadidura uniformado, realizar esta trasgresión en público y ante cámaras tiene una violencia simbólica poderosa porque contraviene prohibiciones atávicas. De ahí que la coprofagia real en adultos sea un indicador de patologías severas.
No se trataba de cualquier billete, como efectivamente podría haber sido el objeto de un concurso humillante en un programa de la Bozzo (¡el que se coma un billete de 200 soles recibe otro igual!). El representante del orden intentaba desaparecer la prueba de su venalidad. En vano, pues lo estaban filmando y esto es acaso lo más interesante. ¿Lo hacía para cínicamente negar su corrupción? Conscientemente, puede que sí, como de hecho lo hizo, llegando al extremo delirante de denunciar a sus captores. Pero si traspasamos el sentido común nos encontramos con un síntoma social de mayor alcance.
Que quien encarna el imperio de la ley engulla el producto de la violación de dicha ley, ante la mirada de todos nosotros, espectadores pasivos de algo que sabemos sucede a diario, nos ubica en una posición patética. Porque lo que el teniente está masticando y tragando, como repetía esa versión limeña del coro en la tragedia griega, es la evidencia del verdadero funcionamiento de nuestro lazo social: casi todo el mundo paga coimas. Un amigo me contaba que dio veinte soles a un policía, quien le exigió: “dóblalo”. Mi amigo le dio veinte más. El agente tuvo que explicarle con gestos que doblara el billete para que no sea tan visible. Sin saberlo, Víctor Raúl Vergara intentaba negar la vergüenza de reconocernos en nuestra hipócrita moralidad. Eso era lo más obsceno del acto: ser un acto fallido que revela nuestro inconsciente.
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