La Chicha, esa música pegajosa, medio mixtura de sentimientos provincianos anclados en las grandes ciudades, ha recorrido todo un camino, por momentos tortuoso, pero plagado de transformaciones, según el ideario y los nuevos anhelos y frustraciones de quienes la acogieron como himno de sus éxitos y derrotas. Ha tenido que sonar y retumbar en los estratos sociales más amplios por más de 4 décadas para ser aceptada como un género popular capaz de aspirar a representarnos como nación.
Pero la verdadera cumbia-andina, que impulsó la música de los provincianos en las principales capitales, quedó un poco relegada a raíz de la parcial lumpenización que sufrió el círculo social que la sustentaba a principios de los 90s hasta mediados de esa década aciaga para la nación. Recobró vida casi ficticiamente en la capital, impulsada por los millones de soles que manejaba la maquinaria reeleccionista de la dupla Fujimori-Montesinos. Es así que grupos traídos de la selva como “Euforia” con Ana Koler y Ruth Karina y la “ronquita” Rossi War fueron utilizados políticamente por el régimen mafioso para endulzar y atraer a miles de ciudadanos a los mítines.
Recuerdo haber asistido, por curiosidad, a un mitin fujimorista en Chorrillos en donde se preveía poca asistencia. Pero bastó que se encendieran los potentes equipos de sonido y empezara los acordes del grupo Euforia para que literalmente los cerros bajaran. Miles de gente pobre, pobrísima, del más inmenso cerro de Chorrillos, iniciaron un desfile incesante con su prole incluida rumbo al mitin que parecía destinado al fracaso.
A raíz de ese boom, surgieron nuevos exponentes como Ada Chura en Tacna y en los siguientes años se multiplicaron. Eso sí, la chicha pura, la arrabalera, esa que por sus letras invitaban a cortarse las venas de sus fanáticos, expresada por la corriente chacalonera, nunca tomó respiro y siguió imparable en un submundo cultural y social que casi todos nos negábamos a percibir.
También en el norte, la furia musical de los grupos se hacía más evidente en Chiclayo,Lambayeque, Monsefú, Ferreñafe y linderos. Desde los años 70s existía un intrascendente Grupo 5 que se dedicaba a entonar baladas gruperas mejicanas y canciones de su predecesores chimbotanos “Los Pasteles Verdes”. El nombre también lo habían copiado de sus parientes musicales charros. Es a finales de los 90s, con el boom cumbiambero en Lima que los del Grupo 5 empiezan a entonar cumbias de origen grupero mejicano, modificando los lentos acordes originales con las rápidas cadencias de la cumbia colombiana y las parrandas bailables ecuatorianas.
Himnos al desamor y despecho
En noviembre de 1999, fallece en Chiclayo el papá de los Yaipén, Víctor, y es cuando se dispara los bonos de los hermanos y tíos Yaipén a tal punto que se separan en dos orquestas para pelearse el creciente mercado musical, afianzado por una corriente musical post guerra que se desarrollaba desde mediados de los 90s. Por qué afirmamos esto, porque a raíz de la derrota de la subversión en el país, las secuelas psicosociales nunca fueron atendidas y se encubó, primero en Ayacucho (con decenas de pandillas), y luego en casi todo el país una cultura que rendía culto en diferentes modos a la violencia.
Y justamente, las letras de esta nueva cumbia, que empezaba a causar furor en las principales ciudades, se caracterizaba por ello, por cantar al dolor, la venganza, el despecho y a un orgullo procaz ante la indiferencia del que se dice amar. Por ello es común escuchar en las letras de las cumbias actuales deseos tales como: “ojalá que te mueras” y otras ansias de venganza por un amor malpago, aludiendo en casi todas las canciones a temas ligados a amores casi enfermos, convirtiéndose casi siempre en himnos al desamor y al desprecio por la libertad de amar del prójimo.
Pero no todo es despecho, amor perverso y piconería sentimental en la cumbia peruana o "chicha", también hay una nueva expresión popular con temas livianos del quehacer diario que reflejan vivencias de los ciudadanos de a pie. Si antes, en los inicios de la "chicha" o cumbia tropical andina, se narraba los sufrimientos de los provincianos llegados a la capital, ahora se expresa la lucha por surgir en las grandes ciudades, plagadas de oportunidades y también de padecimientos y violencia. Claro, cuando no, los sentimientos siempre perdurarán y ese amor (todavía atado a valores muy antiguos) prevalecerá en la música popular porque es un factor inherente a todo ser humano anclado aun a una sociedad que todavía ama con el corazón y no con el cerebro.
Y volviendo a las agrupaciones musicales, a los precursores Grupo 5 y Hermanos Yaipén, le han salido decenas de imitadores y solistas, hombres y mujeres, que pretenden encumbrarse en el mundo de la cumbia que deja suculentos réditos económicos porque tiene un ferviente público cautivo. Y no hablemos de los nuevos y nuevas folkloristas que interpretan huaynos mezclados con acordes de cumbia que han despertado la protesta de los puristas vernaculares que pugnan por hacer prevalecer los acordes musicales originales de nuestros antepasados andinos.
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